Opinión

Pedro madruga

A estas alturas de la semana, es ya ampliamente sabido que el domingo tuvo lugar el acto de apertura del curso político organizado por el Partido Popular a nivel nacional. El evento ha sido objeto de gran difusión mediática, al contar con la presencia del actual aspirante a la Presidencia del Gobierno, habiendo levantado ciertas expectativas, dadas las inéditas circunstancias que rodean al proceso de investidura en marcha.

En su discurso -en presencia, entre otras figuras destacadas, de la casi totalidad de presidentes autonómicos populares y del Gobierno gallego en su conjunto- el presidente nacional desgranó los ejes fundamentales de las negociaciones que se llevarán a cabo durante el escaso mes que resta hasta que se celebre el pleno, con especial hincapié en los límites que no piensa traspasar; aunque todo ello ha sido objeto ya de profuso análisis por los medios.

El escenario elegido fue el imponente Castillo de Sotomayor, adquirido y restaurado por la Diputación de Pontevedra en la década de los ochenta. Se trata de un palacio-fortaleza de origen medieval datado en el siglo XII (aunque hay quien le otorga mayor antigüedad), edificado por la familia del mismo nombre, una de las más solariegas de Galicia y que jugó un rol esencial en la política de la Península Ibérica durante la Baja Edad Media.

En concreto, allí habitó Pedro Álvarez de Sotomayor, más conocido como Pedro Madruga, hijo bastardo de Fernán Yáñez de Sotomayor y la noble portuguesa Constanza Gonçalves de Zúñiga, que acabaría heredando el señorío familiar, por muerte prematura del heredero legítimo de su padre y tras haber sido reconocido por éste en testamento. Entre otros aspectos curiosos de su biografía, se le atribuye la introducción de las armas de fuego en Galicia.

Cuentan también que, en el marco de una disputa territorial con los Sarmiento de Ribadavia, acordaron zanjarla poniendo el límite donde se encontrasen cierto día, una vez salieran ambos de sus castillos, al canto del gallo. Pero, cuando Sarmiento se disponía a salir del suyo, se encontró ya al pie de la muralla a Sotomayor, a quien dirigió el saludo que dio origen a su mote, según reza la tradición: “madrugas, Pedro, madrugas”.

Entonces, parece que ya por el siglo XV había un Pedro que utilizaba los cambios de opinión con fina astucia política, para conseguir sus objetivos mediante engaño, cuando no los podía alcanzar de otra manera. Ahora bien, una vez y no más. Pues, como es ampliamente conocido, en toda negociación, cuando una de las partes ha perdido por completo la credibilidad, es difícil que sus oponentes cometan el error de fiarse nuevamente. 

Por ello, no es de extrañar -en el marco de la disputa en que se ha transformado el actual proceso de investidura a la Presidencia del Gobierno- que haya quien pretenda hacer constar fehacientemente sus reclamos dirigidos al actual presidente en funciones, habida cuenta de los precedentes. No vaya a ser que alguno se encuentre con una desagradable sorpresa en la puerta cuando se disponga a abandonar su castillo.

Dicen que a quien madruga Dios le ayuda, aunque la azarosa vida de Don Pedro terminó abrupta y misteriosamente en Alba de Tormes. Se fabula incluso con una desaparición voluntaria, para un cambio de personalidad y vida que le transmutaría en Cristóbal Colón, el precursor del atlantismo hoy día encarnado en la OTAN; destino al que muchos se ven llamados, pero solo uno será elegido. Y no necesariamente quien más madruga. 

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