Opinión

Su Majestad escoge

El calambur es un recurso fonético por el cual una palabra o una frase ve modificado su significado inicial, al agrupar sus sílabas de forma distinta. Aunque de origen incierto, una de las atribuciones más curiosas del origen de la palabra es la que la hace corresponder con el conde de Kalemburg -a la sazón, embajador de Westfalia en la corte de Luis XVI de Francia- famoso por los equívocos que provocaba, dado su insuficiente dominio del francés.

En literatura española, se atribuye a Quevedo un célebre calambur cuando, según cuentan, tras apostar una cena, se acercó a la Reina Isabel de Borbón -que padecía una severa cojera- provisto de un ramo de claveles blancos y otro de rosas rojas y ni corto ni perezoso le espetó: “entre el clavel blanco y la rosa roja / su majestad escoja /es coja su majestad /entre el clavel y la rosa”. Parece ser que el escritor cenó opíparamente aquélla noche.

Siglos después, otro Borbón se vio en estos días rodeado de sagaces parlamentarios -al menos, entre los que se dignan a ser recibidos, que algunos ni aparecen- aunque, por desgracia, pocos estarán seguramente a la altura de Quevedo; quien, si levantara la cabeza, sin duda sacaría punta a la situación creada tras el endiablado resultado electoral, que pone en un brete al monarca debiendo elegir, como su tátara tatarabuela, entre el clavel y la rosa.

En efecto, según indica el artículo 99 de nuestra Constitución, “después de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos constitucionales en que así proceda, el rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno”.

Esto quiere decir, en primer lugar, que el rey Felipe VI está obligado a proponer un candidato a la Presidencia del Gobierno, al emplearse para la redacción el verbo “propondrá”, futuro imperativo. Distinto es que la persona propuesta decline la encomienda, como en su día hiciera Mariano Rajoy, desembocando, por aquél entonces, en nuevas elecciones generales. Pero el rey debe proponer a alguien, como así ha hecho.

Otro detalle no menor es que el rey materializa su propuesta a través de la recién elegida presidenta del Congreso. Cabe imaginar que, durante las conversaciones que han mantenido ambos al efecto, la presidenta habrá hecho gala de la imprescindible ecuanimidad que se presupone a quien ocupe dicho cargo; aunque igual es mucho imaginar y presuponer, a la vista de cómo se van desarrollando los acontecimientos en esta batalla por la investidura.

Por otro lado, nada se señala sobre cómo proceder en las consultas previas con los representantes de los grupos políticos, por lo que no era descartable una segunda ronda de consultas, aunque al final no le ha parecido necesaria al Monarca: ha tomado su decisión, lógicamente, a partir de la información transmitida directamente por los representantes que asistieron a la consulta previa, que para eso está.

Su Majestad escoge, siendo el designado finalmente Alberto Núñez Feijoo como aspirante para formar Gobierno. Aceptado el encargo, queda ahora por afrontar el complejo trámite de la investidura. Ante semejante panorama resulta arriesgado hacer cualquier pronóstico, pues todo depende de la habilidad para guardar un complejo equilibrio entre fuerzas diametralmente opuestas. Parece que aún hay que esperar para ver si triunfa el clavel o la rosa.

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