Opinión

La Trinidad imposible

Caminando desde el centro hacia el Jardín del Posío, cualquier paseante puede detenerse a admirar un recoleto rincón de Ourense, la plaza de la Trinidad, donde se alza la iglesia del mismo nombre, una de las más antiguas conservadas en la ciudad, coronada por una hermosa crestería flamígera, destacando en su entorno el bellísimo crucero con la imagen de la piedad, que se repite en el dintel del portón de entrada.

En la tradición cristiana, es ampliamente sabido que la Trinidad integra un dogma medular, representando un ser único existente como tres personas distintas (o hipóstasis). San Agustín dedicó una sus obras maestras (“De Trinitate”) a disertar sobre el concepto, pretendiendo hacer entender el misterio a quienes dudaban del mismo, “mediante la razón, la agudeza y la profundización inteligente”.

Dado el escollo ontológico que encierra tal axioma, no es de extrañar que la doctrina económica acuñe la expresión “trinidad imposible” para bautizar supuestos en que no se puede alcanzar al mismo tiempo tres objetivos sin sacrificar uno de ellos. Caso paradigmático es la política monetaria, donde no cabe perseguir a la vez un tipo de cambio fijo, el libre movimiento de capitales y una política nacional autónoma.

La paradoja radica en que ninguno de estos objetivos puede lograrse plenamente si no es en detrimento de alguno de los demás. En consecuencia, es fácil advertir que cualquier proyecto que prometa una trinidad imposible peca de demagógico por irrealizable: a lo sumo, se pueden mejorar las interrelaciones entre los fines propuestos, pero nunca superar la contradicción intrínseca entre ellos: debe sacrificarse uno. Ejemplos hay varios.

Así, cuando se descarta aumentar el gasto vía déficit -financiado con deuda externa e interna-, manteniendo la sana reducción del saldo fiscal en el sector público, solo cabe incrementar la inversión para mejorar servicios elevando la recaudación tributaria (amen de la calidad del gasto). En suma: bajo endeudamiento, baja recaudación de impuestos y mayor gasto en servicios públicos configuran una trinidad imposible. Prometer lo contrario es pura demagogia.

Ahora bien -y sin desvirtuar por ello la esencia del problema según se acaba de plantear-, cuando los ingresos dependen de la recaudación, conviene recordar que, en ciertos escenarios, un incremento excesivo de la presión fiscal puede conllevar un efecto búmeran, influyendo decisivamente en la evasión y la fuga de capitales o repercutiendo de modo negativo en el bolsillo de consumidores de concretos servicios y productos.

Por ello, procede subrayar que determinados mecanismos de cooperación público-privada permiten modular la presión tributaria que, en particular, recae sobre las sociedades, mejorando la recaudación sin incremento impositivo. Dichos instrumentos se han ensayado ya a nivel nacional con relativo éxito, como el llamado “mecenazgo tecnológico” -que se examinará en otra entrega-, aún pendiente su eventual encaje a escala autonómica o incluso local.

San Agustín quiso convencer a los herejes del misterio de la Trinidad con su obra monumental, mediante la razón, la agudeza y la profundización inteligente. Ni por extensión ni por capacidad se pretende emular ahora al “Doctor Gratiae”. Ante la insoluble condición que entraña nuestro trilema, ya solo nos queda impetrar al Espíritu Santo para que ilumine a los apóstatas. Entre tanto, camino del Posío, aquí podemos disfrutar al menos de una Trinidad posible.

Te puede interesar