Opinión

Banderas

La sexualidad es una forma de expresión del individuo. Dicho esto, cada cual es libre de manifestarse en plenitud, gozando de idéntica consideración que la que exige. Todo el mundo tiene derecho a disfrutar de su propia imagen y a la inclinación sexual que prefiera, siempre que emane del respeto a la libertad de los demás, de modo que esa actitud se convierta en el proceder natural que equipare a las personas, sin que se desprenda ninguna diferencia por su sexo, realidad obviada en normas institucionalizadas como la discriminación positiva, que pese a ser aplicada por la Administración autonómica gallega, no deja de ser inconstitucional, al establecer una diferencia por motivos de género, beneficiando a un sexo en detrimento de otro, en lo que a derechos ante la cosa pública se refiere.


Retomando el hilo, algunos ayuntamientos han tenido a bien instalar en sus barandillas la bandera LGBT. Sería absurdo entrar en la disquisición del argumento fácil y pueril de que si el día del orgullo gay debe flamear el pendón irisado en los palcos municipales, igual derecho poseen los heterosexuales a que su estandarte luzca en idéntico lugar, reivindicación que todo el mundo acepta como lejana, poco probable y harto sobrada.
Lo que es más discutible es que un regidor local pueda permitir que un distintivo sectorial luzca en las dependencias del consistorio, y conste que no es por homofobia, sencillamente porque la banderola del arco iris no es una divisa institucional, existiendo al respeto toda una legislación en materia de los símbolos y emblemas del Estado español y el de las autonomías.


Teniendo el cuenta que el año apenas dispone de trescientos sesenta y cinco días, a la larga, esta costumbre de dedicar cada jornada a un evento diferente va a dar como resultado que el día de la hogaza caducada se yuxtapondrá con el de la torrija de tintorro, solapados con el del orgullo de la raza celtíbera. Porque si cada grupo, por inofensivo que sea, puede instalar su pabellón en la balaustra consistorial, poco tardará el colectivo pirata en exigir al corregidor que el cráneo y las tibias ondeen en el mástil del concello.
Un alcalde, con independencia de la sensibilidad que debe mostrar por las minorías, representan al conjunto de la población, que se rige por un principio de igualdad y mayoría, obligándose, como primer vecino de la ciudad que es, al escrupuloso cumplimiento de la normativa vigente. Y si la ley es mala, se cambia o mejora, pero lo que el pedáneo no puede hacer es saltársela a la torera.

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