Opinión

Déja vú

La carrera por las urnas ronda ya la Puerta de Alcalá, en tanto fieles y subalternos, allende la capital del Reino, calientan motores para mejor servir a sus causas y patronos. Aunque en Galicia la cita apenas atañe al Ejecutivo Central, Núñez Feijóo repite su mantra proponiendo una exención fiscal en el impuesto de sucesiones y transmisiones, a lo que añade la supresión del tramo autonómico del IRPF, todo ello almibarado con un incremento del 10% para coberturas sociales, evocando la crítica del físico alemán Lichtemberg, de que la inflación es como el pecado: cada gobierno la denuncia, pero cada gobierno la practica.


El plan seduce —o trastorna—, porque no difiere en parte ni en todo a idéntica propuesta formulada hace cuatro años, que a la postre se quedó en el limbo, dejando en evidencia que en los asuntos de la cosa pública hay que aspirar al cielo o al infierno, pero nunca quedarse en Babia por ser terruño para medianías.
Viene esto a cuenta de que agotada la legislatura en Madrid, el inquilino del palacio de Rajoy vuelve con las mismas miras a proponer que empedrará las calles de oro para mayor gloria de los gallegos, aunque cabe inquirir si las arcas de la Plaza del Obradoiro dan de sí para el milagro de los panes y los peces, porque renunciando a tanto tributo resulta arcano conocer de dónde van a salir los dineros para tan magnas obras.
Es más, dejando al margen su compromiso cabalístico postergado en todo el cuatrienio, sembrando así la duda de si a la segunda será la vencida o planeando el dicho popular de que no hay dos sin tres, obviando la carencia de aval alguno que garantice la promesa electoral, se suscita si la propuesta es fruto de desvarío transitorio, de la presión propagandista, o si al final hay por cierta una riqueza acuñada con la tan vociferada bonanza.


Desde el 2011 en Galicia ha bajado el desempleo en 17.000 demandantes, pero hay 41.000 personas que han abandonado el mundo laboral, grupo compuesto por jóvenes que emigraron, inmigrantes que se vieron  forzados a regresar a su país ante la falta de expectativas, y trabajadores que han transitado a la jubilación, lo que  que en términos absolutos supone discutible la creación de un sólo puesto de trabajo en todo este tiempo. 
Pero aun aceptando que se hubiera alcanzado tal cifra neta de esa rara avis llamada empleo, habría que sopesar si 17.000 asalariados generarían de manera efectiva tanta hacienda como para eximir a 2.734.915 gallegos de pagar todos esos impuestos que Feijóo reparte a manos llenas, o discernir  por qué con tan exiguo número permitiría ahora lo que antes no pudo.


Teniendo claro a estas alturas las dos clases de políticos empeñados en batir el cobre por el escaño, buscando unos hacer más ricos a los ricos y otros menos pobres a los pobres, estaría bien que el presidente de la Xunta tenga bien presente la sentencia de Benjamín Franklin: “Cuida de los pequeños gastos, ya que un pequeño agujero es suficiente para hundir un barco”.

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