Opinión

En honor a la verdad (I) la leyenda romana

El 23 de diciembre de 1940, la revista semanal estadounidense Time Magazine, se hacía eco de las palabras de Albert Einstein criticando la falta de libertad en el III Reich. El gran físico de origen judío -nacionalizado posteriormente suizo, austriaco y estadounidense-, se lamentaba de que, confiando primero en las universidades como baluarte de la Verdad, poco tardaron en ser silenciadas por el régimen. Tras apostar sus esperanzas en los grandes diarios germanos de la época, proclamados paladines de la independencia, en apenas unas semanas, el nacional socialismo barrió todo rastro de discrepancia. A partir de ahí, el padre de la Teoría de la Relatividad afirmó que sólo una institución se mantuvo firme en defensa de la verdad frente la barbarie: la Iglesia católica.

En este punto anotaba el eminente científico que, no habiendo sentido nunca hasta ese momento interés por el Vaticano, gozaba para él a partir de entonces de su afecto y admiración por mostrar el empeño y coraje de sostener la verdad intelectual y la libertad moral, sin escatimar elogios hacia el Sumo Pontífice -a la sazón Pío XII-, a quien antes poco menos despreciaba. 

Por desgracia, aún hoy prevalece la leyenda sobre la realidad histórica de lo sucedido en el Vaticano en el contexto de la segunda Guerra Mundial. De modo que si hasta su fallecimiento en 1939, el papa Pío XI se manifestó abiertamente contra el ascenso de Hitler, su sucesor, Pío XII, pareció cambiar de dirección. La seria advertencia del riesgo de purgas nacidas a raíz de los sucesos acaecidos durante la que fue conocida como la Noche de los cuchillos largos -entre el 30 de junio y el 1 de julio de 1934-, a lo que se sumó la manifiesta aversión nazi hacia el cristianismo, aunque sin olvidar que un tercio de los alemanes eran tan católicos como la mayoría de los polacos, determinó la diplomacia pública entre el III Reich y los Estados Pontificios.

Para sorpresa del mundo, ante la evidencia de lo fútil de un enfrentamiento, Pío XII celebró con Alemania un concordato regulando sus mutuos intereses. Pero con Hitler convencido de la neutralidad vaticana, el Sumo Pontífice ordenó a todos los religiosos amparar a los judíos en los establecimientos católicos. De ese modo sacerdotes, priores, abadesas, obispos y cuantos miembros de la jerarquía pudieran, facilitaron refugio, documentos falsos y cuantos medios materiales fue posible para evitar la deportación a campos de exterminio, salvando así a 800.000 judíos de una muerte segura. Bajo la estrecha vigilancia de las SS, el saldo de esta proeza logística fue la detención, tortura y asesinato de 6.000 religiosos católicos. 

Mandatarios del Estado de Israel, desde su fundación hasta la actualidad; los grandes rabinos de las comunidades hebreas de Italia, Dinamarca, Estados Unidos, Rumanía, Irlanda,Israel... Diplomáticos y personalidades del mundo del pensamiento y la cultura, entre los que se cuenta a figuras tan relevantes como Massimo Caviglia, Israele Zolli, Marcus Melchior, David Dalin, Chaim Azriel Weizmann, Dr. Alexandru Safran, Joseph Meyer Proskauer, Yitzhak HaLevi Herzog, Golda Meir, Mordechai Lewi, Bernard-Henri Lévy, Moshe Sharett, alabaron la grandeza de Pío XII y la inestimable ayuda del Vaticano en la salvación de tantas vidas.

Trasladándonos al presente, la tensión sostenida entre las administraciones Washington-Caracas, en pleno choque de trenes entre social-demócratas y conservadores de terceros países, incendiando las redes sociales, pululan quienes, por falta de reflexión, alzan la voz en contra del papa Francisco por no condenar a Nicolás Maduro. Seguramente nunca han tenido en cuenta las minúsculas dimensiones del Vaticano, carente de capacidad coercitiva frente a otros Estados. Su única lucha es la de los necesitados. Quizá el Santo Padre no se pronuncia contra el régimen chavista porque, evocando a Pío XII, la prudencia rinde más que la rabia ¿O acaso no es más importante que cinco millones de exiliados venezolanos cruzaran salvos la frontera, mientras los menesterosos son atendidos por las comunidades religiosas? No siempre el lobo se disfraza de cordero, ni viceversa.

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