Opinión

Juego de tronos

Aún Feijóo no había digerido a su investidura un nuevo y unánime “no es no” del resto del arco parlamentario, cuando no se sabe muy bien si elegido para la gloria o para el cadalso, se revolvió como gato panza arriba, en una feria de vanidades que asombra a propios y extraños. 

El mismo país al que no le extraña la espantada de los distintos grupos a formar gobierno con él, quedó perplejo tras el anuncio de llevarse al Hemiciclo a tomarse un café para ver si algún pez cae en la red.

Pero lo que escandaliza es la aparente frescura del líder del PP, rayana en lo inaceptable, cuando después de haber nominado a Puigdemont como la bestia del apocalipsis y a sus acólitos como la legión de ángeles caídos, los trasmuta a la mismísima corte celestial. En un inaudito giro loco de veleta, Núñez Feijóo ha decidido que Junts es una formación legítima, y que no hay motivo para excluirla del diálogo en pos de su investidura.

Tal de lo mismo acontece con el PNV, muy a pesar de sus últimas andanzas en el Congreso, solicitando una batería de zarandajas como son entre otras, acabar con la inviolabilidad del rey. 

Aun con mucho ciudadano escandalizado, lo cierto es que tantear y negociar es posible, y no porque el PSOE no tenga las mismas líneas rojas que el PP, sino porque el trasfondo de la situación tiene más que ver con un haz de ventajas en el que cada cual busca arrimar el ascua a su sardina.

El que crea que nacionalistas vascos y catalanes vayan a reclamar un referéndum en toda ley están más que equivocados. Ambos saben, igual que el resto, que eso sólo sería viable con un cambio muy profundo de la Constitución, y los dos, igual que los demás, son plenos conocedores de que ningún Gobierno tiene potestad para modificar la Constitución, sino apenas legislar desarrollándola.

Un cambio de esa magnitud en la Carta Magna exigiría un quorum parlamentario que con posterioridad tendría que trasladarse a un plebiscito, secuencia tan abocada al fracaso como la aparente investidura de Feijóo, quien tiene más probabilidades de alcanzar la presidencia gracias a un puñado de socialistas despistados que merced al voto de confianza de la derecha tradicionalista del PNV y Junts.

¿Pero entonces, qué es lo que se cuece aquí? Para entenderlo en toda su magnitud hay que remontarse a la historia democrática de los últimos 40 años. Sólo en dos ocasiones un partido político ha gobernado con mayoría absoluta. La primera fue con el PSOE de Felipe González, y la segunda con el PP de Mariano Rajoy. En ninguna otra legislatura se dio tal circunstancia, dando como resultado gobiernos salidos de pactos postelectorales en los que, sin pudor, todos sin excepción pactaron con el mejor postor, recordando que la política hace matrimonios muy extraños.

Lo que en verdad se dirime son las ventajas que saldrán de cada acuerdo. Esto explica el empecinamiento cerril de los catalanes autonómicos a pasarse al ala dura del independentismo, cuando a partir de la Gran Recesión de 2008 se quedó sin recursos para seguir embutiendo a la Generalidad y, con una deuda sideral -mayor incluso que la astronómica española-, decidieron tomar el camino más radical para presionar el Gobierno central en busca de financiación.

Los vascos no. Estos se limitan a mirar al toro tras la barrera esperando exhortar la cornada con el pitonazo ajeno, para apuntarse al carro en caso de que se abra la cornucopia presupuestaria. Y ahí está Feijóo, intentando llenar el carné de baile de la más guapa, igual que Sánchez, sólo que adelantado con la ventaja de haber sido el que la vio primero.

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