Opinión

La puerta giratoria

Aestas alturas del partido en que lo que medra es la rabia incontenible de un pueblo que se ha visto recortado hasta la entrepierna, en la que los jubilados mantienen su poder adquisitivo más condicionado a la deflación que al incremento de sus pensiones. En el que los cargos de confianza resultan habitualmente salpicados en los escándalos de corrupción, induciendo a pensar que los culpables son simples empleados públicos en lugar de cargos políticos de la peor calaña; con centros educativos masificados careciendo de recursos humanos y económicos, o que la sanidad en lo más esencial a la deriva aduciendo escasez de dinero, mientras lejos de un modelo de gestión eficiente un amplio sector de la población sobrevive en la más absoluta penuria seguida de otro con escasez en ciernes, cabría preguntarse por qué el presidente del Gobierno se preocupa más por los votos y los escaños que por hacer limpieza profunda en su casa.

El grave problema de este país no es ya la dimensión de la corrupción sino el lecho en el que se asienta, que no es otro que el político profesional. Hablaba anteayer con un amigo que ocupa un puesto político en la administración confesándome que a estos momentos no ponía, no ya la mano, sino una uña en el fuego por nadie, ni siquiera por él, y es que si desde su puesto le corresponden dietas escuetas, está libre de la tentación de apoderarse de cinco millones de euros porque simplemente no tiene acceso a ellos.

El conflicto está en un modelo político en el que ingresando en las juventudes se asciende por escalafón en el partido, blindándose en distintos cargos, enquistando en la cosa pública un poder paralelo que permite el saqueo al que nos estamos acostumbrando, para una vez enriquecidos ser redireccionados por una puerta giratoria que impide apartarlos de la función pública. Porque la solución está en abrir las puertas y las ventanas para que entre aire fresco, limitando por ley la posibilidad de permanecer como máximo dos legislaturas vinculado al poder, y conste que hay que tomar medidas urgentes porque no deja de ser demoledor que la historia siempre se repita en lo que ya denunciaba en el 430 d. C. San Agustín: a fuerza de verlo todo, se termina por soportarlo todo; a fuerza de soportarlo todo se termina por tolerarlo todo, a fuerza de tolerarlo todo, se termina aceptándolo todo; a fuerza de aceptarlo todo, finalmente aprobamos todo.

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