Opinión

Triunfalismo

Cualquiera que lo desee puede comprobar, según datos del Instituto Nacional de Estadística, que en noviembre del año 2011, cuando tomó posesión Mariano Rajoy para dirimir los asuntos de la Moncloa, la cifra de parados alcanzaba a un total de 4.420.462 damnificados. Una legislatura después, soportando las reformas propiciadas por el partido con mayoría parlamentaria —sinónimo de hacer y deshacer lo que le ha dando la santa y real gana—, la cifra de desempleados es exactamente de 4.525.691 demandantes de empleo.
En términos absolutos, desde que el PP gobierna en España, no sólo no se ha creado ni un solo puesto de trabajo sino que en cuatro años se ha conseguido mandar a la calle a 105.129 trabajadores más. Estas son las cifras, así de sencillas, incluso el mayordomo de la tele tiene claro que “el algodón no engaña”. Ignoro qué cifras maneja el presidente del Gobierno, pero ya me gustaría tener unas gafas como las suyas que pintan paisajes tan optimistas.


En el 2011, antes de que Zapatero tirara la toalla, una comitiva del PP hacía campaña con un gran cartel que el letras enormes rezaba “+ empleo – impuestos”. Así de diáfano. La estrella de su programa era esa. A lo largo de toda una legislatura el ejecutivo ha mantenido en pie de guerra a los afectados por la hepatitis clamando por un tratamiento que al parecer resultaba inasumible. Pues no, los partidos ya calientan los motores para presentarse a las urnas y de pronto sí se pueden financiar los medicamentos. No quiero contar a la cantidad de familias sin vivienda, sin recursos, la sanidad low cost, la justicia inaccesible, la educación minimalista...
Huelga mencionar el resultado, Rajoy desempolva sus mañas para volver a prometer lo que lleva cuatro años sin consumar. El análisis es bien sencillo: si antes no pudo ahora tampoco, y si por el contrario antes no quiso, ¿por qué ahora sí? La ciudadanía merece un respeto que no se le está dando. El electorado traga con la rueda de molino de que ningún dirigente se hace responsable de nada. En otros países no es necesario que a nadie lo inviten a dimitir cuando incumple su programa, pero como decía Fraga, España es diferente, y aquí el político desleal no sólo no renuncia sino que tiene el cuajo de concurrir a nuevos comicios con idénticas patrañas electorales.
Pero está claro que la fortuna favorece a los audaces, no me extrañaría que Mariano se revalidara en el hemiciclo, porque el mensaje de la oposición, cuando no está vacío, se muestra cargado de idénticos adjetivos. Lo insufrible no es ya la omisión desgraciadamente generalizada, lo sórdido es el cinismo con el que los partidos se devanan en acumular votos para cobrar los 32.500 euros que el Ministerio de Hacienda les paga por escaño, más los 1,8 euros por cada voto recibido. Hagan cuentas, y comprenderán la fiebre que los consume.

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