Opinión

La manifestación

Caramba con la dignidad!, o sea, el respeto al otro; sobre todo si el otro es policía, o simplemente dueño de un comercio que ‘pasaba’ por allí cuando el manifestante cogió la piedra, escondió la mano tras pañuelo en boca y capucha en cabeza, y reventó la cristalera cuando no los dientes de alguna persona; dignidad indigna. Pareciera que cuando vemos avanzar a las hordas violentas, que por reventar también revientan cualquier legítima reivindicación, fueran los comercios los que se ponen en medio del paso como molinos de viento y por ello ¿qué culpa tiene el manifestante violento que se le ponga un cristal capitalista delante de sus narices al pasar?; ¿por qué va a tener que soportar tanta provocación este Quijote del revés revolucionario?; su imperante lógica resulta de pensar enfermizamente que cualquier comerciante, además de Banco repugnante, debiera hacerse invisible ante el paso de manifestación donde estén ellos a fin de no provocarles venganza y tentetieso. No digamos nada de ese otro obstáculo que resulta la policía, porque ¿quién le manda a ésta tratar de mantener el orden si algún grupo violento vive del desorden? ¿Dónde está el respeto a la libertad del violento? Ironías o el mundo al revés, que nos llevan a estar hablando de graves incidentes en lugar de discutir si la queja que moviliza al respetable es razonable, lastimosa, o necesaria; en fin, que la cosa sigue por los extremos de una casta determinada y los violentos enfrente, sin avanzar nada sino en la puñetera pena.

Ver al policía como enemigo del pueblo en una democracia, cuando es tan pueblo como el resto ¿quién no conoce a alguien cercano que se buscó la vida con cualquier oposición entre las que se cuenta a los cuerpos nacionales de la policía?, significa estar malheridos de confianza en las mayorías, el Estado y sus mecanismos necesarios para que haya paz mínima en el convivir. ¿Alguien podría imaginarse una sociedad sin policía? Pues eso, que nos comeríamos por los pies y el débil caería ipso facto besándole el culo al fuerte (bueno, no digo que no se besen demasiados pies ahora también); y lo digo desde mi absoluta rebeldía ante los abusos de muchos policías corruptos, deshonestos, mentirosos o abusones por la gracia de la autoridad que les confiere el uniforme, que resultan tan repulsivos como los peores, pero que como cuerpo es necesario para un Estado de Derecho donde la Ley sea árbitro de nuestras relaciones.

Las imágenes de los incidentes de la última manifestación en Madrid me resultan repugnantes por la escasa valentía y pérdida de razón de los mamones armados con pedrolos revienta cráneos, pinchos y banderolas ‘mantecas’, que roban cualquier protagonismo a los bien intencionados que sufren y se manifiestan pacíficamente. Me repugna también por los cobardes que se esconden tras órdenes dadas secretamente desde los despachos profesionales y dejan, por sinrazones estratégicas y ¿políticas?, totalmente desprotegidos a un grupo de ‘personas’, en este caso policías, a punto de caramelo desgraciado que algún día llevará sangre al río de no hacer buen torniquete. Me repugnan los hechos violentos que quitan cualquier fuerza al argumento para cambiar las cosas. Me repugna que no se voten a los mejores y no se ‘boten’ a los peores del Hemiciclo, a fin de poder crear entre todos una sociedad más justa; y me repugna que se consienta desde Organización y Control que revienten el diálogo democrático los energúmenos que buscan en río revuelto la ganancia de los violentos, siempre perdedores.

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