Opinión

Percepciones

Como niños: Sábado, ocho y media de la tarde, cita en Maristas. Motivo, un acto más de los que durante este año se están celebrando para conmemorar el centenario de su llegada a Ourense. Así, el 28 de marzo le tocó a la promoción que protagonizó la victoria en el concurso televisivo de ‘Cesta y Puntos’. Gesta de alcance nacional, pues televisión, entonces, no había más que una, Televisión Española, por lo que veías el concurso o a leer. En consecuencia, y a costa de otro mérito que yo desconozca, quizás ésta haya sido la más significativa experiencia vivida por el colegio Maristas de puertas para fuera, o al menos la de más alcance de ondas (aún no había la de cable).


La verdad es que uno es más pequeño que los de dicha promoción, por lo que los conocidos asistentes al evento lo son más por hoy que por ayer. Sin embargo, la reunión abre a todos por igual la puerta del tiempo al recuerdo genérico; de costumbres, pasillos y escaleras para formación, clases casi iguales para llegar a las que dejaron aquellos niños que hoy ven a los demás como si los que acudieran al acto fueran realmente sus padres, por no decir, y castigar la autoestima de algún coqueto, sus abuelos. Uno a sí mismo lo ve crecer cada día en el espejo y no nota ese paso del tiempo, pero a los otros que lleva años sin ver, ¡huy qué miedo! Las anécdotas sobrevuelan contadas por las mejores memorias, que te informan de que el microbús Saba ganado en aquél concurso jamás se disfrutó en Ourense, aunque sí fue enseñado, yendo a parar a otro colegio Marista, primero de León y posteriormente de Santiago; pero qué más da (aunque el caso parece ser de ancestral desequilibrio que nos persigue como injusta maldición), el título es nuestro y nadie se lo puede robar a Ourense.


Dos ‘hermanos’ fueron invitados para tirar de la efemérides. Significativos ‘hermanos’ como Mauro (preparador del equipo Cesta y Puntos) y Víctor, el de deporte y porte más chuleta que tuvo aquél colegio de mi recuerdo; ambos, muy diferentes, no sólo porque son ochenta y tantos años en lugar de los cuarenta y tantos de entonces, sino porque, además, llegaron desnudados de aquellas sotanas de carácter.


En el amplio hall de entrada, que no nos dejaban pisar cuando estudiamos allí (estaba reservado, como los salones de las casas particulares, más para las visitas que para los que vivían en ellas), nos recibió una amplia exposición de diplomas, la copa ganada en el concurso, la reproducción de un aula antigua, fotografías y demás objetos que el Hermano Vázquez ha reunido para, precisamente, agitar el encuentro de antiguos alumnos con su ex colegio. Los de más mérito, los ex alumnos venidos de fuera, el empresario coruñés Raposo; Valeiras (presentado por Pedro Cortés como el guaperas de aquel equipo), el premiado un año por la CEO en la excelencia empresarial, Amorín el informático, Felipe Campos con media vida en Vigo y el BBVA, el militar Taboada o catedrático de derecho en Santiago de Compostela Ángel Rebolledo, por citar algunos muy reconocibles sin necesidad de que mediara nadie en ello; también, otro ganador, Pascual Agulló, y un tal Papaíto, llamado así porque medía el mismo 1,90 de niño que ahora, cuando los demás no pasábamos de uno cuarenta; en carta y con fotografía el mensaje del médico en Texas Julio Pérez Fontán.


Y de los de aquí, ayudado en la guía por la fotografía cedida generosamente por Gonzalo Belay (muchas gracias) comienzo párrafo con Alfredo Romero (él sabe por qué); los médicos Pedro López-Sendón, Gesto, Santalices (el que no es político), Quintela (que sí lo fue), Severo Juiz (no tiene que ver con ser juez severo) y Emilio Nieto; en virtud del tú a Medicina y yo a Derecho, tan en boga en aquellos tiempos (sé de un buen amigo que echó la moneda al aire para elegir en cuál de las dos se matricularía), numerosos togados: Pepe Cudeiro, Ojea, Santiago Conde-Corbal, Pulido; e ingenieros como Fernando Inaraja o Collarte; economistas como Alex Vasallo, funcionarios como Alberto Somoza o Natalio (tres generaciones en el colegio, padre, hijo y espíritu de él mismo), el arquitecto Daniel Fernández, el psicólogo y profesor Mariño; y Tomás Valente, Docabo, otro Pulido, y los que aún hoy no reconozco, sintiendo no poder nombrarlos, pero que están ahí.


En la fotografía que se acompaña también se ve al médico Balbino, que no estudió en Maristas pero que fue acompañando al amigo Valeiras, como a otros los acompañaron sus esposas (solo tres). Y no salen en la foto, los dos únicos compañeros de mi promoción, por moverse en otros lares y llegar tarde, Efrén Jones y Mariano Hentchel, que estar sí estuvieron (que se lo pregunten a Felipe). Algo que nos llamó la atención a algunos en el recorrido por el colegio, fue el mismo suelo y paredes de gresite de toda la vida, conviniendo en que la construcción del edificio fue muy buena, seguramente por lenta y a conciencia durante los más de quince años que duró, cosa que hay que poner en el haber de los Suárez, Emilio primero y después Ovidio. No me extraña que el hijo, Ovidio Caixagalicia, sea uno de los encargados de organizar las reuniones que vienen celebrando anualmente desde hace algunos años los compañeros de promoción (algo mayores que los de hoy); no sé si este año toca en alguna finca vinculada a un Caldelas sin Castro pero con Domínguez. Nostálgico, emotivo, con deseo contenido (por el mero hecho de haber dejado ya el hábito nicotina) de fumar varios juntos en un lavabo para contestar el miedo pasado a ser descubiertos, otro deseo finalista que recojo del Marista que reza para que todos seamos buenos cristianos y honrados ciudadanos (siempre hablando de milagros). Feliz centenario.



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