Opinión

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Bendición abacial


Hacía calor. Era martes, las cuatro y cuarto de la tarde cuando salimos de este horno ourensano mi amigo Juan Maceiras y yo. Reclamo la bendición abacial al padre Juan Javier Martín Hernández. Punto de destino, Oseira, por cierto ya más cerca, y no porque se haya desplazado por algún raro movimiento tectónico hacia Ourense, o a la inversa, no, sino por la cercanía dada por el tiempo que se acorta en llegar a Cea cogiendo la nueva autopista de Santiago.


Mi primera vez. Un paseo. Así, pudimos llegar con cierta antelación y sin problemas de infringir los límites de velocidad continuos que existen a lo largo de la carretera antigua que gusta a Monxardín. En la puerta de la iglesia, por tanto, tiempo para saludar a Celso Delgado, aunque un tiempo de ¡Hola, qué tal!, pues Foxo y su Banda (de gaitas y, mejor dicho, Banda de la Diputación) estaban preparados para entrar desfilando.


La iglesia llena, los familiares en los bancos de la derecha, y autoridades a la izquierda. En estos bancos se observaron movimientos de colocación guiados por el señor Outeiriño Protocolo, que fue llamado por sus monjes amigos para la ocasión, conocedores de su eficacia en estas tareas por su participación en tres pasados Congresos organizados en la Abadía; el motivo que llevó a corregir posiciones, la que llevó a mover a un comisario para dejar sitio al jefe Mañá, estuvo en la falta de respuesta, donde respuesta equivale a educación, por parte, por ejemplo, del gabinete del conselleiro de Cultura que no avisó de su no asistencia, y, también, porque las autoridades no tienen señoras cuando ocupan puestos protocolarios, y Camilo Ocampo y otro más sí las sentaron a su lado. Valladares, Delgado y Rogelio Delegado, en el primer banco (faltaba uno). Y comienzo de la ceremonia. Espectáculo litúrgico único. Cerca de cincuenta sacerdotes y monjes saliendo en procesión de la Sacristía por un lateral de la Abadía para acceder al altar por el centro, con el Apostolorum Petri el Pauli, metiéndonos en trance. Silencio y emoción contenida daban un eco preciso a la voz que dictaba la ceremonia, y a todos los cantos posteriores. Todo, todo con una parsimonia y lentitud propia de tradición acumulada por siglos de historia, donde la lectura del Evangelio, incluso, fue anunciada ceremoniosamente en un pausado peregrinaje que su lector hizo con el libro extendido por encima de la cabeza. Después del Evangelio, el rito de la bendición que se inicia con el interrogatorio del obispo al elegido para abad por sus compañeros monjes del monasterio cisterciense, a fin de confirmar la elección legítima (¿querrá decir aquí, legítima, lo mismo que democrática?). Homilía y de nuevo Luis Quinteiro preguntando a Juan Javier, cual si fuera un esposo ante el ‘Sí, quiero’, hasta cinco compromisos matrimoniales con su monasterio. Bendición y entrega del Libro de la Regla, anillo, mitra y báculo. Y por último, el Abrazo de la Paz, momento, para mí particularmente, el más emotivo, desde el primero que le da el Obispo, y que se observa en la foto que Mani Moretón me pasó tan gentilmente, hasta el último que le da al último monje compañero. Un abrazo al mundo entero en su certeza de ser todos hijos de Dios, al que tanto y tanto le rezan ellos, los monjes de la Regla.


La voz de la soprano Begoña Alonso, que acude regular mente a Oseira dos días a la semana para dar sus lecciones de cántico a los monjes, con el Domine Deus del Gloria de Vivaldi y el Panis Angelicus posterior del compositor Frank, levantó la emoción hasta nublar algunos ojos, al menos los que yo llevo conmigo. Y en la casa de Dios como existe sitio para todo, incluso lo hay para albergar patrias enteras a himno de gaitas; el sonido sorprendió en la consagración hasta la suave sonrisa del organista que no voy a malinterpretar, dando paso a la comunión que trajo otra sorpresa, la aparición de Baltar, llegado hacía un pequeño rato, y cuya aproximación al altar lo fijó ya a su sitio reservado en el primer banco hasta el final.


Después de casi dos horas y media se acababa la ceremonia religiosa que hizo a un hombre joven, de vocación tardía, abierto tanto a la oración y al trabajo como a los demás, abad de Oseira, monasterio al que muchos ourensanos estamos unidos por distintos hilos de afectos y padres, Damián, quien tiene que animarse pese al peso de su edad a acudir a Roma a oficiar con el Papa la ceremonia de santificación del Padre Rafael, o Plácido. Y con las ganas de un bizcocho que esperaba a las ocho, enclaustrado para festejar con productos de la tierra el momento histórico, nos volvimos a la ciudad capitalina con el placer de haber asistido a esta Bendición Abacial, ocasión única para observar cómo se las gasta nuestra iglesia católica en cuestiones de grandes ceremonias.



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