Opinión

Percepciones

De vuelta vacacional


Para rematar estas percepciones con base en toalla y agua salada, aunque continuas escaramuzas a mi tierra ourensana (como haré al revés en agosto, que comienza como se fue julio, ni sol fu ni fa calor), quisiera aclararle a mi buen amigo Piñeiro, la realidad de una cuestión personal que ha apuntado erróneamente en un artículo suyo del periódico respecto a la playa a la que tanto hago referencia. Me apetece aclararle el dato personal, sin ningún tipo de pudor (el pudor se refiere a lo pudendus, esto es, a lo que no se puede mostrar, y aquí trata de lo contrario, de la verdad), de que mi familia jamás veraneó en Playa América; lastimosamente para mí, pues ya me hubiera gustado no perderme anteriormente ninguna puesta de sol de éstas tan bellas que se dan cuando se acuesta el astro rey detrás de las Estelas. Fui, pues, de los ourensanos que iban a esa playa de joven a pasar esporádicamente un día, o fin de semana (cuando éste comenzaba siempre en sábado), invitado por algún amigo, de esos que sí, que sí pasaban todo el verano en esta maravillosa playa porque podían y hacían bien, como el mismo Xosé Manuel dice. Era el caso de los Hentchel, Alonso, Genaros, De la Fuente, Franco, Rivera, Silva, Mato, Castellanos, Monxardín, Sarmiento, Tejada, y etcétera, auténticos privilegiados; yo, en todo caso, de las playas pontevedresas, por ir a ellas desde Pontevedra donde pasaba con mi familia tradicionalmente las fiestas de la Peregrina en casa de mi abuela Trina. Y fue un fin de semana de plan malogrado en Sanxenxo (mucha fama de gran rollo con sus Anas Cuevas, Elenas Raposo o Chitis de la época, pero nada de ná) lo que me hizo dar el salto de madrugada (para dormir en casa del amigo Mariano), a playa América, donde, ahí sí, encontré al día siguiente a todo de tó en la guapísima chavala viguesa que me clavó cual vulgar sombrilla a esa arena, hasta hoy y mañana. Mi causa de sujeción a esta porción de costa fue, pues, l’amour, y no ninguna tradición familiar o social. Si yo te contara, querido Xosé Manuel, cuántas dormidas en coche, tienda de campaña levantada de extranjis, cama prestada, pensión barata, bocatas, antes de poder disfrutar de la comodidad de que disfruto ahora; pero hasta aquí llego sin pudor.


Continuando con lo importante, decir que, como presentía a principios de julio, las obras del plan E han llegado a agosto, y lo que te rondaré morena de lo que queda, pues de tres calles han hecho una y media. Por esto se quejaba el amigo Tucho, con cafetería ubicada en calle del plan citado, pues las ventas de julio no llegan a la mitad del año anterior; así, me dice, han convertido veinte puestos de trabajo temporales en construcción de obra civil en un cortejo fúnebre de otros tantos empleos de hostelería que se pueden haber perdido en la zona afectada por tal suerte; yo diría que no serán tantos por este motivo, porque algunos los cobraría el nublado gris continuo. Y el mismo Tucho me cuenta que el solar donde acumulan los materiales de la obra y que lle va toda la vida abandonado, estando mismo enfrente de la playa (enorme lujo), han descubierto ahora, por las gestiones para el Plan E, que es del propio Concello, y que lo destinarán a un pequeñito parque público más; por último, me anticipa que en plena política ecológica de recuperación del arenal hasta quieren traer nuevas pulgas saltarinas de aquellas blancas.


Y no hay playa América sin Bayona, por lo que la última noche al Bahiña, donde el mantel de papel compensa el mejor papel económico del centollo a 12 euros y a 3 euros la nécora (eso sí pequeña), para despedir el paisaje con sabor a marisquito de ría. Después, ¡cómo no!, un paseo por las calles de siempre, recordando el ‘Woddis’ (¿verdad, Alejandro Delgado, que era obligada cita hace treinta años?), y encontrando otro local de copas que casi engancha con aquella etapa setentera, pues con nombre de ‘La Chica de Ayer’ de Antonio Vega supondrán cual es la música que suena, también setentera.


Este local de ‘La Chica de Ayer’ está en céntrica calle, como es Ventura Misa, al ladito de lo que fue el antiguo bar ‘El Dulce’ (cerrado este año por reforma de edificio); lo abren desde las once y media de la noche hasta las tres de la madrugada (tal como dictan las normas de Bayona) dos hermanos (de tres), ourensanos, que llevan veraneando toda su vida por la zona; el mayor, Jorge, metido en cosas del textil, y el que le sigue, Miguel (cara conocida por ex periodista de informativos de Telemiño), de apellidos reconocibles como Bernárdez y Tabarés, padre cirujano y madre en el recuerdo; ambos bien acompañados detrás de la barra por la agradable Fani (de Gondomar y pedagoga cuando puede) para dar marchilla alegre al personal, donde el ourensano es tratado con mimo especial (sé lo que digo, pero no puedo decir más). Ya sabéis, pues, chavales que habéis superado el botellón, donde encontrar buen ambiente en la villa marinera.

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