Opinión

LA ABEJA Y LA SONRISA

De entre todas las anécdotas que me ha regalado la semana, pocas han sido tan simpáticas como la protagonizada por mi pequeña prima Daniela que, a sus casi tres años, tuvo ocasión de disfrazarse de abeja y darle la réplica a un pingüino que, ignorante él, cometió la osadía de llamarla 'pequeña'. El episodio fue sumamente divertido y arrancó algunas carcajadas entre quienes tuvieron la suerte de presenciarlo y entre quienes, días después, supimos de él. Y es que es difícil no sonreírse imaginando a la benjamina de la familia, con su natural desparpajo, sus alitas y su traje a rayas, respondiéndole al pájaro bobo que no se había percatado de que ella ya es 'grande'.


Comparto esta anécdota porque, aunque aparente ser una nimiedad, me ha brindado una de tantas ocasiones para reírme. Y ésa es, sin lugar a dudas, una de las mayores satisfacciones que nos da la vida: poder sonreírnos e incluso reírnos no una sino varias veces al día. Y hacerlo, además, con ganas y rodeado de buenos amigos, sin impostar el gesto y sin importarnos cual sea el motivo de nuestra alegría. Para justificar una sonrisa lo mismo vale una pequeña broma que un acontecimiento amable o incluso, ya puestos, un mal chiste de esos que, precisamente por malos, sólo celebran los verdaderos amigos. Para sonreír no deberían ser obstáculo ni siquiera los momentos solemnes o esas cosas que llamamos 'serias'. Y es que, como bien decía Alejandro Casona, 'no hay ninguna cosa seria que no pueda decirse con una sonrisa'.


A fin de cuentas, la formalidad no está reñida con un gesto afable y un ceño fruncido nada añade, y suelo repetirlo, a la verdad o a la importancia de lo que digamos. Las sonrisas son, en el fondo, un desafío a la aritmética porque, como quizá hayan leído en alguna parte, enriquecen a quienes las reciben sin empobrecer a quienes las dan. Y ese podría ser un motivo, otro más, para no escatimar una sonrisa allí donde estemos.


Y para esos momentos en que no nos apetezca sonreír podemos recordar lo que escribiera William James: 'El pájaro no canta porque sea feliz, es feliz porque canta'. Así que ya saben: si están alegres, sonrían; y si no lo están, sonrían el doble y acabarán por estarlo. Y, si les ayuda, siempre pueden imaginarse a una abeja diminuta dándole la réplica, a pesar de su pequeñez, a un pingüino adulto.

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