Opinión

EL DECIMOCTAVO CAMELLO

Abrir el periódico estos días es tanto como asomarse a las revueltas callejeras que se suceden en el norte de África y que amenazan con extenderse, más pronto que tarde, a algunos países de Oriente próximo. Unas revueltas que la diplomacia occidental observa atentamente y que acoge con una esperanza entreverada de preocupación e incluso, por qué no admitirlo, con cierto temor. Estamos ante un movimiento popular que nos recuerda que, para bien o para mal, algo está cambiando en esos países donde los hombres han conocido durante demasiado tiempo los rigores de la autocracia y del desierto.


Por el desierto viajaba, según un relato centenario, un anciano que, al llegar a un poblado, descubrió a tres hermanos que discutían por el reparto de la herencia paterna. El anciano se interesó por los motivos concretos de su disputa y averiguó que el padre de aquellos jóvenes les había legado diecisiete camellos que debían repartirse del siguiente modo: una mitad para su primogénito, un tercio para el segundo de sus hijos y una novena parte para el menor de ellos. Pero, tal y como pronto descubrió el anciano, tal división no era posible sin sacrificar varios camellos. Y ello porque al primero de los hermanos le correspondían ocho camellos y medio, en tanto que al segundo y al tercero les correspondían, según la voluntad de su padre, algo más de cinco y poco menos de dos, respectivamente.


El anciano, tras considerar el problema, decidió regalarles el camello que lo había llevado hasta aquel recóndito poblado. Los hermanos tenían ahora dieciocho camellos y, para su sorpresa, comprobaron que el reparto era al fin posible sin sacrificar ningún animal. Así, el mayor tomó sus nueve camellos (la mitad de los dieciocho), el segundo tomó seis (el tercio estipulado) y el menor dos (la novena parte). Pero su sorpresa fue aún mayor cuando, concluido el reparto, los jóvenes comprobaron que sus camellos (nueve, seis y dos) sumaban diecisiete. Sobraba, pues, un camello: el mismo que el anciano les había regalado, el mismo que ahora les reclamaba sonriente para poder proseguir su viaje.


Algo similar es lo que ocurre, tanto tiempo después, en el norte de África: vemos cómo la gente toma las ciudades y cómo se entregan a una lucha, hasta el momento incruenta, en la que se dirime el futuro de varias naciones y, por extensión, el nuestro propio. Los partidarios del statu quo dictatorial combaten a los manifestantes que salen a la calle esperando encontrar, bajos los adoquines, no el mar de un mayo que ya pasó, sino un cambio más que necesario. Y, mientras, el mundo occidental, como el anciano del relato, se apresta a ayudar a estos hermanos a resolver su disputa. ¿Y qué les brinda? El decimoctavo camello: el ejemplo de esta democracia sin apellidos que nos ha permitido dejar atrás dos Guerras Mundiales y que nos ha permitido, aun con sus limitaciones, innumerables conquistas en el ámbito del respeto a los derechos humanos, el cultivo de la libertad y el fomento del bienestar general.


La incógnita que pronto despejarán los protagonistas de esta historia es saber qué ocurrirá en Túnez, en Egipto, en Jordania y en otros países de su entorno. Pronto sabremos si esos pueblos seguirán el ejemplo de las revoluciones europeas o si, por el contrario y como muchos tememos, despreciarán las bondades de un sistema, el democrático, que les es tan extraño como sus mismos fundamentos: la antigüedad clásica, los valores judeocristianos y la Ilustración. Pronto sabremos si esa lucha por la libertad y la justicia ha sido o no tan fructífera como esperan los millones de manifestantes que ahora claman por el cambio.


A los europeos, siquiera por una cuestión de vecindad, nos va mucho en ello. Puede que la democracia llegue (a su manera, eso sí) a la otra orilla del Mediterráneo. O puede que, por el contrario, nadie capitalice el éxito de estas protestas y que, ante la orfandad política y el descontento de las multitudes, crezca el fundamentalismo islámico. En este último caso, tendremos que admitir todo habrá sido en vano: tras unos tiranos, llegarán otros. Distintos actores para un mismo papel, un mismo guion y un mismo escenario. Sólo habrá cambiado el reparto y eso significará que la misma amenaza seguirá pendiendo sobre la libertad de esos pueblos y sobre la nuestra propia.


En la parábola de los dieciocho camellos, el anciano ayudó a resolver un reto y prosiguió su viaje sobre el decimoctavo camello. Esperemos que, en este caso, las potencias occidentales también puedan hacer lo propio y que, tras contribuir a la democratización y estabilización de estos países, podamos seguir recorriendo, sobre nuestro decimoctavo camello, el camino de libertad, seguridad y paz que nos hemos señalado.

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