Opinión

INFANTICIDAS DE SALÓN

Dos doctores en Filosofía han publicado un artículo que ha suscitado una gran polémica y que, a buen seguro, acaparará muchos titulares durante los próximos días y durante las próximas semanas. Algo que, por otra parte, podría ser precisamente lo que persiguen Alberto Giubilini y Francesca Minerva, que así se llaman sus autores, al defender las bondades y la licitud del infanticidio y al sostener que la vida de un bebé recién nacido es, pásmense ustedes, 'moralmente irrelevante'.


En su estudio ?por denominarlo de algún modo- los dos autores abogan por permitir el asesinato, que eso es, de recién nacidos en todos los supuestos en los que ya se permite el aborto. Incluidos, ya puestos, aquellos casos en los que el recién nacido no presenta ningún tipo de discapacidad. En este sentido, su artículo más allá de ser una concesión nostálgica a las prácticas eugenésicas del nazismo ?lo cual ya es mucho- parece el argumento de una de esas novelas que, aunando terror y ciencia ficción, describen un mundo deshumanizado en el que se desconoce de forma sistemática la santidad de la vida humana. Aunque lamentablemente este artículo no está escrito en la Alemania de los años treinta ni ocupa un lugar en las librerías junto a las obras de Stephen King o Aldous Huxley. Se trata de una majadería que ha encontrado cabida nada menos que en el Journal of Medical Ethics y que pretende pasar por una reflexión seria.


En el fondo, lo grave y lo triste no es que estos autores equiparen a los recién nacidos con los fetos y que, por lo tanto, les atribuyan el mismo estatus moral, que lo tienen. Lo verdaderamente grave y triste es que estos académicos no reconocen la dignidad inherente a todos los seres humanos desde el momento mismo de su concepción y que por ello se han limitado a ir simplemente un paso más allá. Si no se cuestiona la bondad del aborto en sentido estricto, no es de extrañar que ahora se atrevan a defender lo que algunos han dado en llamar el 'aborto posparto'.


Estamos ante una aberración que quizá hoy no pasa de ser una simple anécdota: unas cuantas páginas en una publicación científica firmadas por dos imbéciles con doctorado. Pero estamos también ante la demostración de que, perdido el norte y desconocida la dignidad de los no natos, es posible traspasar cualquier límite.

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