Opinión

¡MENUDO CRISTO!

De vez en cuando, la actualidad nos deja alguna anécdota amable o, como poco, risible. Es el caso del estropicio que una anciana bienintencionada ha causado en una pintura en el pueblo de Borja que, a cuenta de ese disparate, ha saltado esta semana a las portadas de los periódicos y se ha convertido en un hecho noticiable o, por usar la terminología de los tiempos que corren, en 'trending topic'.


El hecho en sí es bastante triste: una obra de arte de un aragonés que, sin ser Goya, pintaba con bastante acierto ha quedado reducida a un borrón informe porque una octogenaria, ni corta ni perezosa, se dispuso a arreglar lo que habían estropeado los años y el salitre. Y así ha sido como la representación de un Cristo coronado de espinas ha acabado convertida en un espinoso asunto, en un remedo a color de las caras de Bélmez, casi en un pobre icono pop que, vayan ustedes a saber, quizá dé el salto a las camisetas y a los posters. Nunca se sabe y, parafraseando el dicho que muchos ponen en boca de Don Quijote, 'cosas veredes'.


Ahora resulta que la pobre viejecita, incapaz de sobrellevar el revuelo ocasionado, sufre de ansiedad, mientras el ayuntamiento del lugar ha decidido contratar a un equipo de restauradores -de los de verdad, eso sí- para que deshagan el entuerto. Y de todo esto nos quedan la sonrisa, cuando no la carcajada, ante lo esperpéntico del caso y un recordatorio más de lo descuidado que está nuestro patrimonio artístico. Un patrimonio que, conviene subrayarlo, está permanentemente expuesto a los estragos del tiempo en su doble acepción, a la labor de las termitas y otros bichejos, a la acción de los saqueadores que a menudo hacen presa en esos tesoros centenarios e incluso, como en el caso de Borja, a la buena disposición de quienes quieren más que pueden.


Ojalá este episodio nos sirva para percatarnos de la riqueza que con demasiada frecuencia permanece olvidada en iglesias, capillas, pazos y tantos otros rincones de la geografía española y, por ende, también de la gallega; ese acervo que nos dejaron nuestros antepasados y de cuya pérdida somos todos responsables: si no por acción, como la viejecita de Borja, sí por omisión. Y es que, cuando las autoridades toman cartas en el asunto, suele haber ocurrido lo peor y la cosa tiene peor pinta que un eccehomo mal restaurado.

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