Opinión

LA MUERTE

Ayer celebramos el día de fieles difuntos a pesar de que, como apuntaba Lalo Pavón en este mismo diario, diversas circunstancias han propiciado que la celebración de este día se haya adelantado al de todos los santos. Pero, sea un día o sea otro, esta semana hemos vuelto a transitar por ese rincón del calendario que nos recuerda, como los informativos, la prensa diaria y la vida misma, la finitud de nuestra existencia y, por extensión, la fragilidad de nuestra condición.


No sé si habrán reparado en lo arraigada que está la muerte en la cultura popular gallega, algo que me hacía notar hace algunos años un buen amigo, extrañado por el hecho de que en Galicia casi todo el mundo contrata un seguro de decesos aunque no tenga uno de vida. Fue lo paradójico de esta circunstancia lo que lo llevó a afirmar, en presencia de varios gallegos, que el nuestro es un pueblo que todavía no vive de espaldas a la muerte, ese momento definitivo y definitorio que pone fin a la vida y que, sin embargo, también sirve para valorarla más intensamente.


Digo esto último recordando aquella pregunta que impresionó a Steve Jobs, el fundador de Apple, cuando era apenas un adolescente; aquella pregunta que, según contaba él mismo, se hacía cada mañana frente al espejo: 'Si hoy fuese mi último día, ¿querría hacer lo que voy a hacer?'. A lo que él añadía: 'Cuando la respuesta es no demasiados días seguidos, sé que tengo que cambiar algo'. Razón tenía Jobs, que hacía de la necesidad virtud y que veía la muerte no como un enemigo terrible o un mal necesario, sino como el aliado perfecto de la propia vida.


Algo meritorio si tenemos en cuenta que vivimos en una época que tiende a esconder la muerte, relegada al ámbito de los tanatorios y los cementerios. Fuera de allí, la muerte se ha convertido casi en un tabú, en la innombrable, en la temible... Poco a poco ha ido marchitándose ese rasgo tan nuestro de sentirla como algo cotidiano y hasta omnipresente. En los pueblos ya apenas se cuentan historias de la Santa Compaña y se encienden pocas lamparillas como aquellas que, años atrás, encendían nuestras abuelas por las ánimas del Purgatorio. Los tiempos cambian y la muerte, como la vida, sigue. Y noviembre es su mes y la ocasión de alegrarnos porque, un año más, seguimos vivos.

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