Opinión

¡MUY BIEN, SR. ORTEGA!

Habrá quien diga, y ya lo han dicho algunos, que poco son para Amancio Ortega los veinte millones de euros que su fundación ha donado a Caritas. Habrá quien arguya que ese gesto no es sino una manera de acallar su mala conciencia o de pagar la publicidad que nunca han hecho sus marcas. Habrá quien le suponga otras motivaciones espurias para desprenderse de ese dinero y quien relativice el gesto diciendo que, como los veinte años del tango, los veinte kilos del de Zara no son nada. E incluso habrá quien invoque el episodio evangélico del óbolo de la viuda para recordar que hay muchos otros españoles que, dando menos, dan más porque no tienen tanto.


Pero lo que aquí cuenta, y no debemos olvidarlo, no es lo que significan para Amancio Ortega esos veinte millones de euros, sino lo que significarán para la organización católica y, más concretamente, para los millones de personas que se benefician de su ayuda: para los indigentes que frecuentan sus comedores, para las familias que no pueden pagar las facturas de fin de mes, para los inmigrantes que no tienen donde guarecerse, para los pobres de corbata que no consiguen afrontar el alquiler o la cuota de su hipoteca... Eso es, o eso creo, lo que verdaderamente importa de esta noticia que tanto dará que hablar: no lo que suponen esos millones para el dueño de Inditex, sino lo que supondrán para los más necesitados.


Ya sabemos que muchos sostienen que el dinero es, como dijera Papini, 'el estiércol del diablo' y que, por ese motivo, siempre estarán prestos a enmendarle la plana a Amancio Ortega por el solo hecho de ser rico. Dirán que así cualquiera, que a saber cómo lo ha ganado, que no hace sino devolver lo que se ha llevado y mil cosas más. Y olvidarán una circunstancia clave: que Amancio Ortega es un empresario de talento, hecho desde la nada, que da empleo directo a decenas de miles de personas en todo el mundo y que esa es, de por sí, la mejor contribución que puede hacer al bienestar de nuestra sociedad.


Amancio Ortega ha decidido seguir la estela de otras grandes fortunas y esa tradición filantrópica tan propia del mundo anglosajón. Su donación es un gesto de generosidad y, por tanto, un acto de bien. Y por eso yo no seré de los que lo critiquen, sino de los que lo aplaudan y digan: ¡muy bien, Sr. Ortega!


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