Opinión

POLÍTICOS HOOLIGANS

Mañana, primer domingo de mayo, se celebra el 'día de la madre'. Algunos dirán que es, como el de San Valentín, un día de inspiración mercantil, poco menos que un invento de las grandes superficies comerciales para hacer caja. Y habrá quien añada, y con razón, que está de más dedicar un día específico a recordar y a agasajar a quienes, por su generosidad sin igual, tendrían que ser recordadas, agasajadas y queridas todos los días. Desde luego, nada hay más cierto que eso y ello porque, si no bastaran cien vidas para corresponder el cariño de una madre, poco podremos hacer si esa correspondencia se limita a un día al año.


Sin embargo, ya puestos, no está de más aprovechar ese pretexto que nos brinda el calendario para demostrarles a nuestras madres, una vez más, que seguimos queriéndolas como el segundo sábado de marzo o el tercer jueves de noviembre. Y es que en esto de quererlas nada importa si uno tiene diez, treinta o sesenta años. A fin de cuentas, con independencia de nuestra edad, mientras tengamos madre o mientras no se diluya su recuerdo, siempre seremos hijos. Ya lo escribió Castelao al abordar la peculiar representación de la Piedad en nuestros 'cruceiros': 'os fillos sempre somos pequenos no colo das nosas nais'.


Sin duda, el de Rianxo se refería a ese regazo metafórico que tanto extrañaba otro escritor ilustre, Celso Emilio Ferreiro, en uno de sus poemas: 'Choro por min, que xa non teño colo / para pousarme nil coma nun niño'. Y es que son muchos los que, como el autor celanovés, lloran la ausencia de su madre, extrañan su cariño y ya no pueden hacer otra cosa que honrar su recuerdo. Como esa buena amiga que esta semana me dio a leer la carta que su madre, ya fallecida, le escribió cuando ella tenía cinco años: una misiva en la que le daba quince consejos sencillos para ser feliz; quince consejos que, tantos años después, son para ella no un testamento, sino una carta de navegación.


Por eso creo que bien está que los que podemos celebremos el 'día de la madre'. Bien está, digo, si con ello nos atrevemos a decirle a la nuestra, al menos una vez al año, eso que en ocasiones damos por dicho: que la queremos y que sabemos que, como reconoció el propio George Washington, todo lo que somos se lo debemos a ella.

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