Opinión

SERIOS SIN SER SERIOS

Se nos ha ido el carnaval y con él la algarabía propia de esos días. Ya no se ven disfraces por la calle y, si se viesen, darían pie a dudar de la salud mental del disfrazado. Lo cual es curioso: si hoy nos tropezásemos con un pirata o una bruja a la vuelta de la esquina, no dudaríamos del sentido de la opotunidad del disfrazado sino de su cordura. Vamos, que al ver un supermán por la calle no pensaríamos en que llega con retraso. No, señor. Lo que pensaríamos es que el disfrazado ya tarda en llegar al psiquiatra. Y posiblemente estaríamos en lo cierto.


Eso es, después de todo, el carnaval: una fiesta hecha para la extravagancia y para una transgresión que, en su justa medida, es más que necesaria. ¿O acaso no es divertido, y por tanto preciso, ver a una madre disfrazada de oso panda, a un político disfrazado de payaso o de peregrino o a un conocido empresario vestido como un héroe de cómic? Desde luego, son motivos para la risa y eso siempre es de agradecer.


Este que escribe no es, lo confieso, amigo de disfrazarse. No lo soy y, también lo admito, nunca he sabido el motivo. Aunque siempre he tratado de excusarme, eso sí, con la célebre cita de Chesterton: 'A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino que los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro'. Ignoro si, tras su apariencia de gente formal, mis amigos ocultan un Bob Esponja o un torero o una cabaretera con poca destreza en eso del maquillaje. De hecho, y permitan que me sonría, prefiero no pensarlo. De lo que no me cabe duda es de que, bajo la apariencia de un roquero de los sesenta o de una caperucita ya entrada en la treintena, mis amigos son personas de bien con la capacidad de divertirse y divertir. Y de arrancar más de una carcajada a quienes nunca nos hemos atrevido, ¿será timidez?, a secundarlos en su locura.


Ojalá todos conservemos algo de este espíritu del 'entroido' a lo largo del año. No en lo que hace a la indumentaria pues un romano en agosto corre el riesgo de acabar vistiendo no la toga alba sino una camisa de fuerza. Pero sí en lo que se refiere al sentido del humor. Y es que en la vida, lo enseña el carnaval, hay que ser serios sin ser serios. O lo que es lo mismo: hay que ser formales, pero no aburridos. Al fin y al cabo, el ceño fruncido y las caras tristes no añaden ni un pizca de gravedad a nuestras acciones y, reconozcámoslo, lucen muy poco.

Te puede interesar