Opinión

SEIS TULIPANES

Leyendo a Kostolany, uno de los especuladores bursátiles más célebres del siglo XX, mi buen amigo Alan descubrió una cita de Montaigne que, como él recuerda a menudo, resume su estilo de vida: 'Yo no enseño, cuento'. Quizá por eso Alan es, además de un economista reputado, un contador de historias como pocos. Y una de las historias que refiere como nadie es la de la tulipomanía o, lo que es lo mismo, la de esa locura que asoló los Países Bajos en el siglo XVII. En aquel entonces, los tulipanes llegaron a ser la más preciosa y codiciada de las pertenencias para unos holandeses que disfrutaban de una paz sin precedentes y de una prosperidad económica sin igual. Una bonanza que, unida a la belleza de aquellas flores llegadas de Asia, llevó a pujas astronómicas y a robos inverosímiles. Tanto es así que por un bulbo del escasísimo Semper Augustus, una variedad de tulipán hoy extinta, llegó a pagarse el precio de una mansión en la zona más exclusiva de Amsterdam.


Pero si hoy hablo de Alan y de la tulipomanía no es para adentrarme en este episodio que, cambiando tulipanes por empresas puntocom o ladrillos, no nos es tan lejano. Si hoy me ocupa este tema es porque hace unas semanas recibí la foto que cada año, como preludio de la primavera, me envían Alan y María. En ella aparecen seis tulipanes que florecen en otras tantas macetas en su casa londinense. Y al dorso y como homenaje a Montaigne, la cita que tanto gusta a Alan y que tan bien resume su labor de padre: 'Yo no enseño, cuento'.


Por eso, cada año Alan, María y sus cuatro hijos plantan media docena de tulipanes en su casa y les prodigan toda suerte de cuidados. Y, cuando llega el día y florecen, comparten esa estampa con todos sus amigos. ¿El motivo de esta peculiar costumbre? Poder hablar a sus hijos de la belleza de algo tan frágil y efímero como esa simple flor que fue capaz de conducir a la insensatez, no hace tanto tiempo, a los holandeses más cultos y adinerados. Y 'contarles' que, con independencia de su precio, astronómico entonces y ridículo ahora, hay cosas como un tulipán que siempre tendrán un especial valor. Entre otros motivos porque, al cuidarlas, cuatro niños pueden descubrir, no muy lejos de la City donde trabajan sus padres y donde reina el Libor, que ellos también son, como el Principito de Saint-Exupéry, responsables de su flor.

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