Opinión

LA VIDA Y LAS VIDES

No han sido pocas las ocasiones en las que, sentados a su mesa o a alguna otra, Tito Peña nos ha hablado a sus amigos de las bondades del vino y, señaladamente, de la excelencia de los de O Ribeiro. Con su característica simpatía y con una sencillez que siempre agradecemos sus interlocutores, Tito acostumbra a ilustrarnos, entre bromas y veras, sobre el cultivo de la vid y sobre la elaboración de esos magníficos caldos que durante siglos han llevado tan lejos el nombre de su tierra y el apellido de quienes, como él y los suyos, se han consagrado a la viticultura.


Para los que sabemos tan poco sobre ese mundo, escucharlo mientras departe con sus colegas constituye un auténtico privilegio y, por qué no admitirlo, una ocasión para conocer algo más sobre la actividad que ha dado forma y sentido a su Castrelo natal. Esos diálogos, regados con un blanco del lugar, se revelan como la ocasión propicia para descubrir las tierras de O Ribeiro y saber algo más sobre sus gentes, su arraigada historia y su entusiasta vocación de futuro. Y es que, a fin de cuentas, son hombres y mujeres como Tito los que han sabido mantener una tradición que nunca debería perderse. Son ellos los que perpetúan la ilusión de un mañana al que no puede renunciar el campo gallego.


Es evidente que la viticultura y la vida se parecen mucho. Se parecen tanto que uno podría llegar a pensar que Dios ha querido brindar a los hombres no solo el medio con el que acallar su sed y convocar a los amigos, sino también una sinécdoque con la que representar fielmente nuestra existencia. Y ello porque la viticultura es la parte que encarna a la perfección ese todo que es la propia vida.


Digo esto porque los viticultores trabajan incansablemente y asumen no pocos sacrificios, haciendo alarde de un esfuerzo que sólo puede sostenerse en la esperanza de la vendimia que llegará. El viticultor sabe que las estaciones se sucederán y que con ellas sobrevendrán las amenazas a su labor. Pero ni las plagas, ni los elementos serán capaces de detenerlo, del mismo modo en que no hay obstáculo que pueda detener a un hombre determinado antes de que alcance su objetivo. Es posible, todos lo sabemos, que una tormenta diezme el esfuerzo de muchos meses. Pero el viticultor, como las personas valientes, no abandonará. Y, al año siguiente, volverá a empezar de nuevo: podará, cuidará sus vides con el mismo esmero de siempre y recordará que, como dijera Cela, 'el que resiste gana'.


Es por eso por lo que aprecio tanto el ejemplo de quienes, como Tito y tantos otros amigos que ahora no cito, viven al pie de sus viñas. Ellos encarnan lo mejor de la naturaleza humana: la abnegación, la perseverancia, la esperanza, la diligencia,... Ellos nunca olvidan que, cuando llegue el tiempo, llegará la vendimia y, con ella, su premio. Por eso, como dice Tito y sostenemos tantos otros, en cada botella de vino, blanco o tinto, se esconde un gran mensaje.

Te puede interesar