Opinión

Y SE ACABÓ EL AÑO

Cuando lea esto, amigo lector, será ya 31 de diciembre y al año le quedarán apenas unas horas. Es probable que esté leyendo estas líneas antes de hacer unas últimas compras o antes de encerrarse en la cocina para preparar una de esas cenas pantagruélicas tan propias de estas fechas. Quizá esté aguardando a un familiar o a algún amigo que se sentará a su mesa y puede que, mientras tanto, esté repasando la actualidad y conversando con alguien acerca de lo divino y lo humano. Incluso puede que aproveche este momento para hacer balance del año que ahora se nos va y que se ocupe en recordar tanto esos eventos de los que se han hecho eco los medios de comunicación como esos otros, más íntimos y más sentidos, que le ha tocado vivir de cerca.


A eso se brindan, por capricho del calendario, días como éste: a echar la vista atrás y a entretenernos haciendo memoria del año, otro más, que se nos ha escapado de entre las manos. Y así podremos recordar estos doce meses en los que hemos sabido de las revueltas de la llamada primavera árabe, de la indignación de jóvenes y no tan jóvenes que recorrió Occidente, de la crisis financiera y del rescate de varias economías europeas, del incremento de las antes ignoradas primas de riesgo, de la muerte de Bin Laden y Gadafi o del tsunami y el posterior desastre nuclear en Japón, por citar algunos acontecimientos. Y, al recordar todos estos hechos, tendremos que convenir con Virgilio y con otros que es cierta esa máxima que antaño se inscribía en algunos relojes y que nos recuerda sabiamente que 'tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra' ('el tiempo vuela como las nubes, como las naves, como las sombras').


Eso es lo que toca hoy, amigo lector. Porque mañana, 1 de enero, tocarán otras cosas: terminar la digestión de esta noche, felicitar a los Manueles de nuestra agenda y hacer acopio de buenos propósitos para el año recién estrenado. Ese que algunos anticipan como catastrófico, no sé si por influencia de las profecías mayas, de los informes del FMI o de la opinión de los agoreros de turno. Ese año que, a pesar de todo y de todos, también nos deparará buenos momentos. Ese podría ser precisamente, y aquí lo apunto, un buen propósito para 2012: acometerlo con la mejor disposición y una pizca de razonable optimismo. ¿Y por qué no?

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