Opinión

La gran dimisión

Triste fin para una mujer que ha demostrado tener una buena cabeza política,  que ha luchado ferozmente con la corrupción y que ha gestionado eficazmente un gobierno regional negociando con la oposición y, lo más difícil, con el partido con el que pactó para ser investida. 

Cristina Cifuentes pertenecía al puñado de dirigentes del PP que serán protagonistas del futuro de ese partido, representaba la honradez y la fortaleza ante la adversidad, era un inteligente verso suelto de un partido que admite con naturalidad los versos sueltos, pero su carrera, brillante, se ha truncado por un máster de escasa entidad  que consiguió con trato de favor, y por unas cremas robadas de un hipermercado. Robo que ella niega y que ni siquiera viene avalado por una denuncia policial, pero el vídeo en el que saca las cremas de su bolso y paga los 40 euros que costaban, es demoledor. Para cualquiera, pero más aún para quien es, o era, presidenta del gobierno de Madrid, y ex delegada del Gobierno en esa comunidad, con responsabilidades directas sobre las fuerzas de seguridad aunque el supuesto robo se produjo antes de que ocupara ese cargo.

Triste fin para Cifuentes y, con toda seguridad,  la tristeza se superpone en su partido al alivio y a la preocupación. Tristeza porque Cifuentes es una persona querida y además porque el episodio de las cremas, sumado al del master, le impide salir por la puerta grande;  alivio porque la dimisión permite al PP seguir gobernando en Madrid, y preocupación porque en el grupo parlamentario no hay una sola cabeza que provoque entusiasmo para sustituir a Cifuentes. Los efectos colaterales son por tanto muy serios, y afecta incluso a la propia secretaria general del partido,  pues el apoyo incuestionable de Cospedal a Cifuentes coloca en una situación delicada  a la ministra de Defensa porque es impresión generalizada que la ya ex presidenta madrileña quizá habría  reaccionado con más sentido común el problema del master si no fuera porque el respaldo de Cospedal le dio oxígeno y no se dejó llevar por lo que le aconsejaban quienes le quieren bien:  que  creía que había cumplido  los compromisos  que había pactado con la universidad,   que  renunciara  al master al comprobar que se habían producido irregularidades, y pedía perdón a quienes se habían sentido afectados por la situación.  Exactamente lo que escribió en  la carta de cuatro folios que hizo pública hace una semana, perfecta en todos sus términos… pero tardía.

Una  actitud diferente a la que mantuvo contra viento y marea habría permitido a Cifuentes encontrar nuevo hueco en el Partido Popular y, quizá,  impedido que alguien del círculo policial que no la quería bien filtrara el vídeo de las cremas. Ahora, el futuro político que se le presentaba brillante, se ha teñido de gris tirando a negro. En política, más que en cualquier otro ámbito, los errores se pagan de forma irreversible.

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