Opinión

El fraile morisco (II)

Cansados como estaban, durmieron como lirones, allí mismo en el coro sobre tablones. No pasaron mucho frío porque les dejaron dos cobertores. Aunque a decir verdad el frailecito tardó un poco más al no estar acostumbrado a los ronquidos de los canónigos regulares.

Mientras salían, el sol, perezoso, se iba estirando. Con aquella luz exigua emprendieron el viaje hacia Edroso, aquel poblado que aún dormía panza arriba como un gato. Los saludos airados de los canes pusieron algo nervioso al muchacho. No les hagas, dijo el viejo, ni caso. Cantó un gallo y le respondieron cuatro.

El flacucho caminaba detrás y cabizbajo. En su cabeza luchaba la nueva fe con aquella que había aprendido de los pechos de su madre a través de sus pocos años. 

Habrían caminado no más de tres leguas cuando por el sendero de al lado aparecieron dos mozas con ropilla de color amarillo canario. La flaca dirigía al asno con aquella cuerda de esparto y la entrada en carnes les saludó en un castellano rancio:

-Tengan buenos días los señores abades. Conviene abrigarse con este frío, que parece que estuviéramos en marzo.

-Frío hace señoras y es bien temprano. ¿Cómo tanta madruga? ¿Son madre e hija?

-Como si lo fuéramos que yo a ésta le enseño todo para que se gane los cuartos y no se deje engañar por los soldados.

-¿Hay muchos por estos pagos? -preguntó turbado por la belleza de la esmirriada el fraile muchacho.

-Suficientes para ir tirando. Son de la Armada del Rey y tienen casa en La Morisca y en Hamamet también están acantonados. A ellos procuramos venderles ropas, sobrevestas, y sombreros de copa media y ala ancha. Ahora con el frío: ferreruelos, capotes y casacas. Que de todo llevamos en las angarillas del jumento. Y mientras tanto ésta… les ofrece algún consuelo por sus pecados.

-Téngase en sus palabras e intente llevarla por el buen camino. Y sepan que ese pueblo mencionado se llama ahora San Mamed. Esto dijo mientras Fray Nasir, que se preguntaba qué camino sería ese… al pasar frente a la chica se puso bien colorado.

Al menos no llovía y eso mejoraba la marcha por aquellos andurriales que eran más bien senderos, trochas y atajos. A cada lado, se veían cómo amos o criados iban labrando las tierras y las huertas abrían sus pechos de tierra negruzca por la fuerza del arado.

La palabra “hermano” era la que más gustaba de oír aquel muchacho. Pero no tenía parangón con el decreto real que los expulsaba como extraños.

-No has de temer ni sentirte raro por haber nacido nazarí y ahora ser cristiano. Dijo el maestro al noviciado. Fíjate en la afamada Teresa de Cepeda y Ahumada. Ella misma sufrió porque a su abuelo, converso antiguo, los vulgares llamaron “marrano”. Que no es otra cosa que un converso judeocristiano. Y ya ves que la tienen por santa y seguro que lo es porque Dios nos convierte en hermanos.

La palabra “hermano” era la que más gustaba de oír aquel muchacho. Pero no tenía parangón con el decreto real que los expulsaba como extraños. Felipe III, por temor a que ayudasen a los turcos en una supuesta guerra entre Europa y los otomanos, había decretado su expulsión aquel cuatro de abril en el que, qué pena, ya florecían todos los prados.

No dijo nada Nasir. Se sintió con el pecho apretujado, pero creyó mejor guardar silencio sobre su gran secreto mejor guardado. De cómo le habían bautizado cristiano. De cómo, obligados, sus padres, por salvar vidas y haciendas, fingieron recato. De cómo llegados a casa le habían lavado de niño con cuatro barreños de agua, restregándolo bien para borrarle el sacramento cristiano. 

- No pienses tanto, que no es bueno dar vueltas a lo ya pasado. -Dijo el anciano mientras con una rama de avellano se hacía un cayado.

(Continuará).

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