Opinión

Más que un rally

Cuando en el aquel ya lejano verano de 1967 tomábamos la salida José Pavón y yo desde la Plaza Mayor a bordo de un precioso, pero inconducible, Austin Healey 3000, descapotable y con ruedas de radios, en el primer Rally de Ourense, todavía las mujeres de aquella España de la camisa blanca, principios fundamentales, y fiestas de guardar, no podían abrirse una cuenta en un banco ni caja de ahorros, aunque fueran mayores de edad, si no iban acompañadas y autorizadas por su marido, o por su padre. Las figuras de compañero, pareja, amigo, amante o similar, aunque pudieran existir en plan furtivo, más valía no mencionarlas. Eran tiempos de prohibiciones para unos y privilegios para otros que sentaron las bases para ir germinando las semillas de la corrupción que tanto hemos sufridos en épocas posteriores. Todo se hereda.

Uno de los síntomas de esas enfermedades típicas de viejos, es que a lo mejor no nos acordamos de lo que hicimos ayer o hace tres días, pero recordamos nítidamente lo que nos sucedía hace 50 años. Por eso José Pavón y yo nunca olvidaremos aquel trompo que hicimos en la subida al alto del Barón, cerca de Carballiño, con aquel pesado deportivo inglés, aunque posteriormente vinieran por distintos caminos, otros trompos y trompadas corriendo las esparabanas por esos mundos de Dios.

Como todos sabemos, el promotor de este rally que, a partir de aquella fecha, ha quedado ligado para siempre a la ciudad de Ourense, fue el añorado amigo Estanislao Reverter, un enamorado de los coches y del automovilismo, cosa rara en aquellos tiempos, pero su afición nos contagió a muchos que nos integramos en aquella mítica Escudería Ourense y participábamos eventualmente en rallys. Suerte que todavía a Thierry Sabine no se le había ocurrido la aventura del París Dakar, que empezó en 1977. A buen seguro que de existir, también estaríamos allí.

Los rallys son el deporte que más aplicación tiene en la vida diaria. El que practica natación, por ejemplo, no va nadando a su trabajo, pero casi todo el mundo utiliza el automóvil para sus desplazamiento de ocio o de trabajo, y muchas veces esos recorridos, aunque no tengan nada que ver con la velocidad, es más, está prohibido superarla, en la práctica se producen situaciones que se parecen, a veces demasiado, a un rally. El rally nuestro de cada día. Aunque los coches de aquella época eran muy elementales y las carreteras no digamos, íbamos conduciendo a todos los sitios. Recuerdo un viaje que a principios de los setenta nos hicimos con mi recordado amigo José Posada, de Río de Janeiro a Sao Paulo en un Volkswagen. Nadie se lo creía, nos decían que estábamos chalados. Tal vez.

No puedo evitar el recuerdo de tantos amigos que ya no están con nosotros, para los que; cuando nos juntemos los cada vez menos, obviamente, supervivientes que vamos quedando; propongo un brindis al cielo, el que sea, recordándolos con la nostalgia de esos días de Junio en los que nos citábamos en Orense para participar, ver o colaborar en esta mítica carrera, porque esta prueba era también un signo de libertad, otra forma de vivir, de respirar hondo, tal vez de amar. Sin lugar a dudas, todo aquel entusiasmo, todo aquel ambiente, todo aquel delirio, era algo más que un rallye.

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