Opinión

Todos queríamos ser buenos

Cuando yo era un niño, de esto hace ya muchos años, bueno, no tantos. Esto de la edad es siempre relativo, diez años para un teléfono de estos modernos es una barbaridad. Veinte años para un automóvil, es una antigualla. Setenta y tres para una catedral, es jovencísima; pero para un humano, podemos decir que estamos en la recta final, pero seguimos caminando paso a paso, partido a partido, prórrogas incluidas, que es cuando se marcan los goles. A lo que íbamos, el caso es que cuando llegan estas fechas de Navidad recuerdo lo bien que nos portábamos los niños de aquella época visitando a familiares y amigos deseándoles feliz Navidad cantando villancicos: “Campana sobre campana. / Y sobre campana una. / Asómate a la ventana. / Verás al niño en la cuna”. Y aquel otro villancico que siempre me dejaba un poco triste y pensativo: “La noche buena se viene. / La noche buena se va. / Y nosotros nos iremos. / Y no volveremos más”. ¿Y adonde nos vamos a ir abuelita? Pero qué cosas pregunta este niño... anda, anda, sigue cantando... “Pero mira como beben los peces en el río. / Pero mira como beben por ver al Dios nacido”, y así. Tal vez habría nevado, porque los inviernos eran fríos pero al mismo tiempo acogedores, oyendo cuentos e historias en torno al calor del brasero, o en la hoguera “da lareira” en la que también se ahumaban los chorizos de la reciente matanza. Pronto llegaría la noche de Reyes y teníamos que portarnos bien porque ellos sabían perfectamente quienes habían sido los niños buenos, a los que traían juguetes, y carbón a los que habían sido malos. Todos queríamos ser buenos.

¿Seguirá habiendo niños buenos y niños malos? A ver tú Andresito, o tú Lucía, ¿habéis sido buenos?, ¿habéis ayudado a recoger la mesa?, ¿ordenado vuestra habitación? ¿Os habéis lavado los dientes después de comer? Tal vez no sepa lo que hay que preguntarle a un niño o una niña de hoy para que no te mande directamente a la mierda a las primeras de cambio, porque sé que esto de la educación ha cambiado mucho.

La ventaja que tuvieron los padres de la generación anterior a la nuestra, es que en todo momento sabían como educar a sus hijos. El tiempo de las dudas vino mucho después. El cura ya no tenía tan claro a quien bendecir con el hisopo del agua bendita, aunque fueran bajo palio. El maestro ya no estaba tan seguro que el entrar la letra tuviera algo que ver con la sangre. El sargento ya no podía desenfundar su pistola tan alegremente, y a nuestra generación, los cambios de la vida moderna le sorprendió con el paso cambiado y con la mili hecha.

Qué tiempos aquellos de seguridad no social, sino total; allí nadie dudaba, todos sabían lo que había que hacer. Por un lado me recuerda un poco a los políticos actuales que todos saben lo que hay que hacer cuando lleguen al gobierno. Cuando yo sea presidente derogamos la ley tal, promulgaremos la ley cual, acabaremos con la explotación, acabaremos con la violencia de género, la gente podrá trabajar mejor, comer mejor, vivir mejor, abortar mejor. ¡Hay Señor, Señor! No puedo entender como el personal esté tan seguro de votar a este o al otro, si dan ganas de echar las papeletas al aire y coger una al vuelo cual si fueran caramelos caídos de una piñata que acaban de romper a escobazos en una fiesta de cumpleaños infantil.

Los que hemos vivido y padecido tantos preceptos, juramentos, principios, desatinos y chapuzas, no podemos entender como algunos siguen sosteniendo tantas afirmaciones y promesas sabiendo que la mayoría de las cosas no van a depender ni de sus deseos ni de sus decretos. Pedro Sánchez está tan convencido de que va a solucionar el problema del paro derogando la reforma laboral de Rajoy, como los de Abengoa estaban seguros de que iban a tapar sus pufos contratando a influyentes y prestigiosos personajes, en su mayoría procedentes de las “puertas giratorias” de los poderes públicos, que lo único que hicieron fue llevarse la pasta por la patilla. Ya no hay dignidad.

Pero siempre nos quedará la Navidad. Que sean felices, loterías y elecciones aparte.

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