Opinión

MAREA DE PROTESTA INESPERADA EN TURQUÍA

A caballo entre Asia y Europa: Turquía. República ya desde 1923, estado mediano hoy día de 783,5 km2 y 73 millones de habitantes, fundado en 1934 por Mustafá Kemal aAttatürk, quien independizó a su país, construyendo después pieza a pieza con una variedad de reformas la Turquía moderna,democrática y laica, un acontecimiento histórico.


En la actualidad, esta nación clave del Mediterráneo oriental se halla en un periodo de fuerte desarrollo desde hace 5 años. La foto fija de sus cifras macroeconómicas es relevante: más de 2% de expansión, paro moderado de 8%, tipos de interés exiguos, turismo boyante, exportaciones en alza, velocidad de crucero de su economía, calificación óptima de las agencia de notación.


Y en medio de esta relativa bonanza, de pronto se produjo un estallido social la semana pasada, como un relámpago en un cielo azul, que trataremos de explicar.


Dice un proverbio turco que 'las desgracias no entran nunca por la puerta que les hemos abierto'. Y así ha sido, la sorpresa fue grande, no prevista ni por los expertos en la política del Próximo Oriente acerca de un país que, desde la lejanía, parecía ir viento en popa, mucho mejor en crecimiento que cualquier nación europea excepto Alemania.


¿Que pasó, pues? El Gobierno del primer ministro islamista moderado Recep Tayyip Erdogan iba acaparando poco a poco todo el poder. Con su mayoría absoluta parlamentaria, que dura ya tres legislaturas, diez años largos, fue haciéndose cada vez más prepotente, según la información difundida por las agencias de prensa y las redes sociales. Muy pagado de si mismo, Erdogan impuso, por ejemplo, una ley seca a la turca al consumo de alcohol, aumentó la presencia de la religión en el espacio público y, por tanto, se le acusa de islamización de un país laico, el más libre entre los estados musulmanes. Últimamente, cometió el mayor de los errores: se alejó de lo que piensa la calle y sobre todo de lo que piensan los jóvenes y esta divergencia, unida a la carestía de la vida y a la falta de oportunidades, creó en el país un difuso y sordo malestar, como lo prueban las manifestaciones de protesta en las calles desde hace unos días. La prensa occidental llama a sus participantes, 'los indignados turcos', la apelación de indignados acuñada en Madrid, en las concentraciones de la Puerta del Sol, parece haber hecho fortuna.


Sucedió así según las crónicas. Las cosas se precipitaron, los jóvenes descontentos se hartaron de no ser tenidos en cuenta, se rebelaron contra el Gobierno en una protesta generalizada y mantienen ocupada desde hace una semana la plaza Taksim de Estambul, centro neurálgico de este brote de desobediencia civil. Para demostrar su carácter pacífico, se manifiestan de forma festiva, acampan en tiendas en la plaza, situada en el centro de Estambul y han instalado diversos servicios, una biblioteca, una camtina con bebidas y bocadillos con la intención de permanecer en el lugar el tiempo que sea necesario para conseguir su reivindicación principal, es decir, que no se construya el centro comercial en el parque de Gezi, pulmón de la ciudad, propósito al que se opone de plano el poderoso primer ministro Erdogan. Lo tienen, en consecuencia, muy difícil.


Los medios de comunicación occidentales siguen con atención este brote de resistencia pacífica que revela el inconformismo de una parte de la juventud turca. Los prolegómenos del chispazo popular fueron los siguientes: la protesta explotó por culpa del empecinamiento del gobierno del primer ministro Erdogan en construir un centro comercial en el emplazamiento del parque público Gezi de Estambul, único espacio verde de la ciudad con más de 600 árboles, todo un símbolo. El proyecto urbanístico provocó rechazo y malestar y terminó causando un levantamiento ciudadano, en principio ecológico y pronto político, que se extendió de boca a oreja vía teléfonos móviles a través de toda la megalópolis de Estambul (12,7 millones de habitantes), después se contagió a la capital de la nación, Ankara, y a otras ciudades en sólo unos días.


Los activistas pedían quizá ilusoriamente la dimisión de Erdogan por haberse mostrado displicente ante los disturbios y haber menospreciado a los manifestantes a los que tildó despectivamente de vagabundos sin domicilio fijo. Y además cargó las tintas al acusar a los líderes de las protestas de estar relacionados con elementos terroristas de ultraizquierda, indicando que algunos de los detenidos en las algaradas están vínculados al Partido Revolucionario para la Liberación del Pueblo, una organización ilegal acusada de haber perpetrado un ataque contra la embajada norteamericana en Ankara. Las fuerzas de seguridad encargadas de controlar los desórdenes cargaron con brutalidad y causaron al menos cuatro muertos y más de 4.000 heridos al reprimirlos con cañones de agua y gases lacrimógenos. Esta efervescencia juvenil tuvo su epicentro en la plaza Taksim ya nombrada, que recuerda incluso fonéticamente a la plaza Tahrir de El Cairo y a todas las de la Primavera árabe con cuyos manifestantes coincide evidentemente en lengua, cultura y religión aunque las circunstancias sean diferentes.


En un principio, el vicepimer ministro Büllent Arinç quiso hacer de apagafuegos y prometió que se retiraría el proyecto de centro comercial en medio del parque Gezi. Pero los jóvenes revoltosos prosiguieron erre que erre con sus protestas, esta vez respaldados por los sindicatos, que decretaron una huelga de apoyo. A una semana del inesperado brote de violencia, los representantes de los 'indignados' consiguieron ser recibidos por las autoridades ante las que insistieron en que se frene la demolición del parque y que se castigue a los policías responsables de la represión. El viceprimer ministro parecía ceder pero lo que quería era ganar tiempo hasta que Erdogan volviera.


Al regreso de una visita oficial a Marruecos, el primer ministro tuvo que enfrentarse con lasituación creada por la mayor revuelta ciudadana en una década. Tras una primera reacción airada, recapacitó y se mostró dispuesto a escuchar las exigencias democráticas de los indignados, según se apresuraron a recoger todas las agencias de información. Seguramente pesó sobre su cambio repentino de actitud la presión de la Unión Europea, preocupada por la deriva autoritaria del dirigente turco, y la mirada vigilante de los Estados Unidos, aliado y mentor de Turquía en la OTAN. El hecho concreto es que sus declaraciones conciliadoras, que suponen un viraje en su actitud intransigente, produjeron un efecto balsámico, una fuerte recuperación de la Bolsa de Estambul el viernes pasado.


En resumidas cuentas, las protestas masivas desarrolladas en Turquía constituyeron una 'marea' como ahora suele decirse, una inesperada marea de causas y consecuencias no dilucidadas del todo que los politólogos europeos tenrán que estudiar.

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