Opinión

COMPETENCIA DESLEAL

Ya no es un secreto de alcoba del euro: la Unión Monetaria es un consenso de mínimos que siempre paga Alemania. Y que, aún así, le está resultando muy rentable. Al menos de momento.


En su defensa de la moneda única como punto de encuentro y, sobre todo, de exigencia, el denominado núcleo duro liderado por Angela Merkel, protagoniza desde hace años una interpretación 'elegante' de la tentación proteccionista frente a toda crisis de calado. Antes se cerraban fronteras (se gravaban las importaciones y se subvencionaban las exportaciones) para recuperar la competitividad exterior y, a partir de ahí, el crecimiento. Ahora se cierran los mercados de crédito, pero de los demás socios. Basta recurrir a artificios dialécticos calculados en tiempo y forma para difundir dudas, alentar temores y propagar reticencias que hacen atractivas las emisiones propias de deuda y peligrosas las ajenas. A fin de cuentas, el euro no es sino la concurrencia de socios que, con el mismo tipo de cambio, compiten por los mismos fondos, de los mismos inversores, al mismo tiempo. Para financiar, quizá, gastos (y agujeros) a fin de cuentas también similares.


Alemania, Holanda y Finlandia, que representan con datos de 2011 el 35,7 por ciento del PIB de la eurozona, están imponiendo una suerte de competencia desleal tremendamente dañina para los intereses de Grecia, España, Irlanda, Italia y Portugal; países que reúnen una legitimidad similar desde aquella perspectiva (33,8 por ciento), pero cuyo futuro se decide en el parlamento de los primeros antes que en el propio. La tensión del euro colabora con la aptitud exterior del núcleo duro (mantiene artificialmente baratas sus exportaciones); con la consecución de financiación a bajo coste (la prima de riesgo española es hoy 14 veces superior a la holandesa y 16 veces superior a la finlandesa); y con la rapiña gratuita de capital humano (cada joven emigrado es una inversión ingente sin expectativa de retorno).


Romper esa dinámica, con una sola voz y coordinación es condición sine qua non para transmitir, por fin, confianza y credibilidad. Está en nuestra mano exigirlo. Pero, sobre todo, en la de nuestros 'competidores' más próximos, corresponsables del devenir de una moneda que le es propia. Y en la que terminarán pagando el resultado de tamaña deslealtad.

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