Opinión

LA LISTA DE AGRAVIOS

Ala hora de definir la existencia de una comunidad nacional, los más buscan amparo en la historia: una nación constituye una entidad política diferenciada de existencia secular y fronteras -naturales o sociales- que se han mantenido relativamente uniformes a lo largo del tiempo. La existencia de una lengua propia, a poder ser singular y diferenciada, le confiere cierto rango. Como también sucede con otros elementos, entre los que destacan los de tipo religioso e, incluso, racial; de gestión casi siempre más controvertida y problemática.


En España, el poder constituyente sólo reconoce una Nación. Lo que no ha evitado un debate identitario permanente, durante muchos años resuelto con eufemismos ciertamente ingeniosos. Así, con ánimo de dar respuesta a sensibilidades territoriales en la mente de todos, la propia Constitución acuñó el término nacionalidades, aunque sin llegar a identificar de manera expresa su relación nominal, o las condiciones que habrían de reunir para ser diferenciadas de las regiones. Labor ésta que asumieron los acróbatas de la política y los arqueólogos del hecho diferencial, entregados al servicio del descubrimiento de fueros medievales donde no hubiera resquicio alguno de lengua vernácula. O al diseño de campañas, a veces obsesivas, de autoafirmación colectiva en todos los ámbitos de la vida social, pública y privada, y en todos los tonos de la escala ideológica.


La depresión económica española, que todo lo transforma, acaba de otorgarle al hecho diferencial catalán un tamaño. En un documento de 50 folios, el govern de la Generalitat expone, al fin, en euros el motivo de su deriva soberanista: 9.375 millones. La lista de agravios contempla asuntos de naturaleza diversa, desde la eminentemente económica hasta apreciaciones subjetivas y de difícil comprobación. Y hace un recorrido por problemas, sí, específicos de Cataluña. Pero también por dificultades generales que, aún afectando por igual al resto del país, los dirigentes de aquella Comunidad han decidido apropiarse en exclusiva. Ampliamente rebatido desde el punto de vista técnico a lo largo de los últimos días, la lista de agravios reduce a tres los vértices del hecho diferencial que caracteriza a esta clase dirigente: culpar a otros de los problemas propios; incrementar la presión identitaria para relegar a un segundo plano su pésima gestión; y ver, así, el toro de la crisis desde la barrera, precisamente allí donde hasta esto ha sido prohibido.

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