Opinión

OPTIMISMO, OSADÍA Y CRISIS

En el mes cuya recta final se encara, rememoramos la bancarrota de Lehman Brothers. Y, con las consecuencias de su colapso, las similitudes con el Crac del 29. La economía de libre mercado parece abonada a episodios recurrentes de especulación y crisis, a los que siguen períodos, más o menos largos e intensos, en los que el sistema, en su conjunto, aunque de manera socialmente injusta, se ve obligado a purgar excesos. Tarde o temprano, la euforia colectiva regresa. Y comienza de nuevo una carrera desenfrenada que termina por retroalimentarse hasta que sobreviene un nuevo desencanto. Más allá de detonantes específicos, que los hay, toda crisis financiera responde en mi opinión a una constante: la relajación de la percepción del riesgo. Detrás de la cual se esconde el optimismo. Esa actitud que, por inconsciente, osada y atrevida, ha permitido que la Humanidad progrese e innove. Pero que, desaforada, rompe la necesaria armonía entre la seguridad, la asunción de riesgos y la consecución racional de objetivos.


Cabe, desde esta perspectiva, apelar a la antropología, o a la neurología, a la hora de combatir burbujas. A fin de cuentas, el ser humano es, al parecer, de naturaleza optimista. Aproximamos la realidad desde un sesgo positivo que explica la atribución desproporcionada de aspectos negativos a los demás y la esperanza de un futuro relativamente plácido y controlado en carne propia. En este sentido, cometemos -a diario, pero también a medio y largo plazo- excesos de consecuencias imprecisas. Y subestimamos nuestras probabilidades de padecer y enfrentar reveses, contratiempos y frustraciones.


El caso es que un equipo de investigación del Instituto de Neurología de la Escuela Universitaria de Londres, que estudia desde hace años ese 'sesgo optimista', ha llegado a localizar un área del encéfalo que inhibe de alguna manera el efecto de las malas noticias. Justo lo que necesita una sociedad como la nuestra, hasta hace poco silente, que comienza a alzar la voz ante un entorno tremendamente incierto que nos conduce a Grecia; tradicional referente del pasado y metáfora del futuro hacia el camina (empujado) el resto.

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