Opinión

Hoy por ti y mañana por mí

Omertà. Calla, no digas nada. Aunque lo sepas todo; aunque tu testimonio pueda tumbar murallas o derrocar poderes. Calla. No se te ocurra delatar a quien tienes a tu lado.

No importa que él sea del otro bando, otrora enemigo, porque cuando se trata de estar de uno o de otro lado de la ley, todos jugamos en el mismo equipo. Omertà, la ley del silencio y de las grandes familias. Dicen que omertà proviene de hombredad. Así es, la hombría de quien calla, de quien no acusa, de quien no es gallina, de quien no cacarea ni protesta, ni mucho menos señala con el dedo acusador; bien mirado, echando la vista atrás, todos hemos jurado o violado alguna vez esta suprema ley no escrita. Así en el colegio, ¿quién se atrevía a acusar al que la había liado gorda? Silencio, silencio, aunque nos amenazaran con duros castigos colectivos. Hoy por ti mañana por mí. Y quien osaba hablar, quien traicionaba el código y delataba al alumno infractor ante la autoridad, tenía los días felices contados. Era una omertà entre niños de honor, una manera de ganarse el respeto y la consideración de todos. Era, claro, un juego muy cruel -nadie dijo que en esos años la lealtad se consiguiese gratis-; los débiles a veces no soportaban la presión; pero era una crueldad que se moría en sí misma y no buscaba intereses espurios. No perseguía más fin que la propia gloria y el reconocimiento ante los demás. Que se dijese de uno que es un tipo legal, que no se chiva, que siempre va de cara, y además trae a todas de calle. O algo parecido.

Pero hoy no se trata de chavales que buscan la gloria del patio de colegio. Esta ley mediterránea se ha enraizado en todos los ámbitos del poder, ya sea económico, político o social. E igual que el niño se envilece cuando deja de serlo, cuando al convertirse en adulto se contamina y ensucia en la zahúrda colectiva, así la ley pierde también aquel espíritu romántico con la que la abrazábamos y respetábamos de chicos. Hoy los que callan ya no son los valientes ni los solidarios. Hoy son los modernos aprendices de Corleones y sus adláteres los que la imponen, los que se escudan en ella para ocultar sus crímenes. Callan los miembros de los consejos de administración en los que se planean las estafas a gran escala; y su silencio se compra con prebendas e indemnizaciones millonarias. Se hacen los ignorantes, pero eso no es más que la consigna dada de antemano. Callan los mandos intermedios de los partidos las fechorías de sus superiores, a los que rinden tributo servil de fidelidad, en espera de que su silencio se vea al fin recompensado con un puesto de mayor relevancia o subida de grado. Y es que para delinquir también hay clases. Callan los jerarcas sindicales los saqueos perpetrados por los jefes de sus secciones a costa de los más indefensos. Callan y amparan, cobardes, con su silencio, al criminal que se viste de pueblo. Callan siempre los políticos viles, qué más da el partido que gobierne. Entre ellos sigue siendo válido el hoy por ti y mañana por mí; ¿quién osará tirar la primera piedra? Por eso callan, se protegen, se escudan en la presunción de inocencia colectiva. Es mejor no romper el silencio, aunque para ello se destroce la moral. Y callan los que, pudiendo hablar desde atalayas públicas, no lo hacen por miedo a incomodar al que muchos rinden pleitesía. Será entonces, ya alguien lo dijo, que la verdad incomoda. Y que ahora como antes, aquí como en Sicilia, la omertà sigue siendo ley.

Pero no todo iba a ser perfecto: los canallas de ahora, ni tienen la grandeza del chaval que sufría el castigo con tal de que no le llamasen traidor, ni poseen la apostura y magia de Marlon Brando o Al Pacino en la pantalla. Omertà cutre, pero Omertà al fin y al cabo.

Te puede interesar