Opinión

Palpando la realidad

Andaba buscando ideas para el guión original de su película. Quería que su ópera prima fuese un éxito, algo rompedor. Quería dar con esa tecla, con la varita mágica que antes habían blandido maestros como Fellini o Berlanga. Buscaba el puro realismo. Lo que ocurre es que en su país natal, perdido por las latitudes nórdicas, todo era siempre demasiado previsible, aburrido, encorsetado. En escasas ocasiones había sobresaltos en ese pueblo tan (aburridamente) civilizado; nada de escándalos en prensa, nada de algarabías callejeras motivadas por desmanes vergonzosos. No encontraba inspiración alguna entre tanta rectitud, entre tanta, cómo decirlo, maldita perfección. Por eso tiró hacia el sur y recaló en España, y en cuanto dejó el petate en el hotel salió a la calle, compró todos los periódicos que pudo, y se mezcló entre tanta gente altisonante, entre tanta peña tirada por las esquinas, y entre tantos viejos sentados en bancos que aún retenían su capacidad de asombro y raciocinio. Así lo hacía uno y otro día, hasta que empezó a olisquear los efluvios de una muchedumbre herida y a descubrir también las ácidas paradojas de los reinantes. Tomaba notas sueltas al regresar a la habitación, pergeñando su futuro guión, pero notaba que le faltaba la guinda de autenticidad y ese punto de ironía que solo tienen los nativos del lugar. Debía hacer algo distinto.

Una mañana se acercó a un grupo de mayores que departían en airada tertulia en un parque. Les habló de su proyecto y de su deseo de plasmar, como una fotografía, la verdadera realidad de este país. “Pero noto que se me escapa algo, quiero ser como un reportero de guerra que se adentra en el campo de batalla, que habla con los vencidos y los vencedores, y por eso escribe la crónica aséptica e imparcial, y por eso es siempre tan cruda. Me gustaría, en fin, palpar el corazón de las gentes a través de los suyos, aquí y ahora. Es lo que hará del guión algo fidedigno”. Y uno de los ancianos levantó la vista de las palomas que picoteaban las migajas de la arena y le dijo que tenía material de sobra para escribir otra "escopeta nacional", pero adaptada a los nuevos tiempos. “Sí hombre, puede tratar usted, por ejemplo, lo de la abdicación real, misterio donde los haya, que yo pensé que en este puñetero país los reyes dejaban de serlo cuando morían, se exiliaban o eran derrocados, y nunca porque decidían de repente dejarlo; le digo que aquí hay gato, o gata, encerrado. Además, ¡qué coño de prisas por aforarlo ya en las Cortes, que para eso sí que sus ilustres señorías se han puesto las pilas, como si se temiesen que nada más abdicar se pusiese a delinquir como un loco! ¿O es que antes ya había delinquido? ¡Que el gato encerrado es felino salvaje, se lo digo yo! ¡Bueno, y no me dirá que no tiene su coña lo de que a rey aforado, infanta imputada! ¡Buena la ha liado el juez Castro! ¿Sabe lo que ocurre ahora con esto? Pues que los monárquicos dicen que la hija es lela, que no se enteraba de nada y que nada sabía de las andanzas de su marido; y en cambio los republicanos dicen que la infanta de tonta no tiene un pelo, que estaba muy preparada, que es una chica de su tiempo, y que estaba al tanto de todas las operaciones del yernísimo. ¡Vamos, que era ella quien cortaba el bacalao! ¿No es de película? ¿Ah, pero quiere usted más? Pues la última es que hay algunos que van de azote de la derecha, de partido del pueblo, que van criticando las amnistías fiscales y pidiendo a gritos más impuestos para las grandes fortunas, y ahora se descubre que tienen planes de jubilación en Luxemburgo gestionados por una SICAV. ¡Pillastres! Pero no se ría, por Dios, que le estoy hablando completamente en serio”.

Y el guionista pensó que, en este país, la realidad siempre supera a la ficción.

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