Opinión

La tierra, ni gratis

A   finales de los años 60, Manuel invirtió los ahorros conseguidos deslomándose como temporero en Suiza en una finca de labradío de 18 áreas y 70 centiáreas. Por ese trozo de tierra fértil pagó a 1.800 euros el 'ferrado', que en su comarca representa 432 metros cuadrados. La inversión total ascendió a 8.100 euros, un dineral para la época, pero se trataba de una buena oportunidad para dejarle a los hijos al menos una parcela en la que plantar patatas o maíz. Manuel pudo comprar un piso en la capital, pero decía que el ladrillo no daba de comer y que la tierra nunca perdería su valor. 

Casi medio siglo después, su hijo José se vio en un aprieto económico porque los arreglos del coche llegan casi siempre en un momento inoportuno como las visitas. Recordó que la semana anterior le había telefoneado un vecino para interesarse por la finca porque acababa de adquirir la colindante y así aprovechaba el viaje del tractor. Inmediatamente pensó en que los esfuerzos de su progenitor, jornalero sin estudios, iban a ser recompensados. La llamada había llegado en un momento de necesidad y ni él ni sus hijos volverían a trabajar el campo como hicieron sus antepasados. Apalabró una reunión con el interesado al día siguiente porque en su aldea la gente tiene la insana costumbre de morirse casi a diario y está mal visto que no haya un representante de cada casa en el sepelio.

"Yo te la compro porque estoy al lado, pero no te pago más que 500 euros el ferrado, como me vendieron la mía; nadie la va a querer ni a dar más", anunció el vecino sin dar posibilidad al regateo. José hizo inmediatamente números y le salió que en casi medio siglo la finca había perdido 5.850 euros de su valor. El comprador le ofreció 2.250 euros, poco más o algo menos de lo que cuesta un abrigo de marca. Puñetera la hora en la que su padre decidió invertir en tierra en vez de ladrillo, pero por ese precio decidió mantener la propiedad porque nunca se sabe qué va a pasar, como con un coche, y siempre es bueno tener un sitio en el que caerse muerto y otro en el que poder sachar. Acordó el alquiler al precio de 45 euros al año y casi suplicándole para evitar malas hierbas. "Y acepto porque tengo la de al lado que si no...". El mundo gira y llegará un día que le dé la razón a Manuel.  

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