Opinión

A la última, tontería

La nevera llevaba casi 40 años de impecable servicio, continuaba funcionando como el primer encendido tras un par de arreglos y era mostrada a las visitas a modo de reliquia porque tenía cerradura. Todos alucinaban. Eran tiempos en los que había que candar el frigorífico y esconder la llave para evitar la tentación del asalto nocturno cuando los mozos de la casa regresaban de parranda. Pero llegó un día en el que el propietario decidió restaurar la cocina, renovar el mobiliario y el frigorífico, que había sobrevivido a la obsolescencia programada, no fue capaz de superar el repentino ataque de 'diseñitis' por la lozanía de una joven sucesora. A los tres años, las dos se encontraban en el mismo vertedero, con la diferencia de que la primera podría perfectamente seguir conservando alimentos si alguien decidiese enchufarla y la segunda sólo mantenía en pie el maquillaje.

Todos queremos estar a la última, tontería. El mejor sitio para darte cuenta de que en este mundo de apariencia lo nuevo perdura un tris y de que todos quieren adquirir el modelo recién fabricado es una tienda de telefonía móvil. Da igual el precio o las prestaciones, lo que importa es fardar con el último modelo, sobre todo si se transita por la irracional adolescencia. A veces hasta parece que importa un pimiento que funcione el aparato. Ayer, mientras este chófer de anécdotas hacía cola con los dedos cruzados para no tener que darle la extremaunción al móvil, un dependiente con escrúpulos se tomó la molestia de explicarle a una moza y a su madre que las prestaciones del terminal que quería eran bastante peores que las del modelo anterior, aunque su precio fuese 200 euros más caro. La rapaza le dirigió una mirada de desconfianza, comprobando si la progenitora le había hecho alguna seña al vendedor para evitar malgastar unas buenas perras. El hombre no se amilanó e intentó convencerla de su equivocación. Le mostró el manual de instrucciones y repasó en alto y con paciencia cada una de las características, pero la adolescente acabó llevándose el último grito publicitario sin atender a las recomendaciones del honrado comerciante.

La resignada madre no pudo ahorrarse una pasta gansa que le permitiría llenar varias semanas la nevera, aunque fuese vieja.

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