Opinión

Fin de curso

Las vacaciones han puesto fin al curso político, aunque en el Parlamento gallego, por ejemplo, se han vuelto más trabajadores que de costumbre por estas fechas y han tenido que interrumpir las vacaciones para asistir a un pleno el pasado jueves, en el que el presidente de la Xunta fijó la posición de Galicia en el proceso de financiación autonómica. No es cuestión baladí, pues cuando aspirábamos a la corrección de desequilibrios, puede que quienes tienen las mayorías acaben sancionando un sistema que agrave las diferencias entre Comunidades. Es decir, que las que ya son ricas tendrán la posibilidad de serlo todavía más y las que son pobres, seguirán siéndolo.


El caso es que ha rematado el curso y a pesar de que el conselleiro de Medio Rural admitía hace un par de semanas que los montes gallegos eran un polvorín, por la abundancia de maleza y madera sin retirar de los temporales del invierno pasado; a pesar de ello, digo, los incendios -los pirómanos, mejor- están teniendo consideración. Toquemos madera y que dure, aunque tampoco hay que engañarse, porque si España arde en las últimas semanas por los cuatro costados, con el dolor añadido por el alto coste en vidas humanas, no es porque los incendiarios gallegos hayan trasladado allí su cuartel de operaciones, sino porque, simplemente, el tiempo ha ayudado lo suyo. No hay mejor sistema contra el fuego forestal que la lluvia y las temperaturas suaves.


El ciclón de la crisis


El problema es que ese tiempo agradable y beneficioso para los montes no lo es tanto para la costa y las gentes que en ella viven del calor. Los índices de ocupación están muy por debajo de otras fechas, si bien el efecto de las condiciones atmosféricas es relativamente pequeño. El gran problema es la crisis que nos atenaza por todos lados y que ha colocado a muchos ciudadanos en situación delicada, en tanto que otro sector que teóricamente no está afectado directamente, sí se retrae a la hora de asumir gastos que considera prescindibles.


Son los efectos del ciclón que nos está pasando por encima con toda su virulencia, aunque Obama diga que lo peor ya ha pasado y las autoridades españolas, también, aunque a usted le parezca un chiste. Tampoco es de extrañar esa divergencia en las percepciones, porque en cuestiones de macroeconomía todos somos iletrados, dado que es ciencia alcance de unos cuantos elegidos que, curiosamente, en lo que son verdaderamente expertos es en vaticinar el pasado; del futuro, no tienen ni pajolera idea, exactamente, igual que usted y yo. Cuando la crisis nos empujaba con fuerza, los gurús y, sobre todo, el Gobierno negaban de forma contumaz su existencia.


Ahora, los miopes de entonces se han vuelto largasvistas y ven brotes verdes y, en consecuencia, el principio del fin, cuando el paro cabalga sobre estadísticas históricas que todavía no han llegado a su punto álgido o cuando las empresas echan el cierre con la misma facilidad con que antes bajaban la persiana por las noches.


No nos engañemos, ni se engañen los gobernantes. La situación es peor que hace tres o seis meses. Lo único que ha sucedido es que empiezan a aparecer datos de que se reduce la velocidad del avance en el desastre. Para que se entienda, si apelásemos a un símil futbolístico, es como si su equipo favorito perdiese cada partido por diez goles a cero y en el último mes hubiese pasado a perder sólo por ocho ó nueve a cero. En eso consisten los brotes verdes.


Galicia


En Galicia, además de los asuntos económicos generales, el curso político ha acogido un cambio de gobierno, consecuencia de los resultados de las elecciones del 1-M, en las que el PPdeG de Alberto Núñez Feijóo ha vuelto al poder, contra todo pronóstico inicial y sólo tres años después de haber sustituido a Fraga, al que muchos en su partido -y en la oposición- suponían dios, de forma que detrás de él sólo había el diluvio.


En contraposición, los comicios han provocado un roto en los socialistas, ya que a pesar de mantener los resultados se quedaron fuera del gobierno debido a la catástrofe sufrida por sus socios nacionalistas. Los resultados han tenido consecuencias inmediatas, con la renuncia de los respectivos equipos rectores de ambas fuerzas, para adecuar la estructura partidaria a la nueva situación.


En ello están, pero perspectiva e xomplicada, porque los malos tiempos económicos que deberían dañar al poder, coinciden aquí con el periodo de gracia que el electorado ha concedido a los populares. Si el ciclo cambiase, nadie dude de que el mayor beneficiado va a ser el Gobierno de la Xunta.


La oposición tiene, además, un test importante a dos años vista en las elecciones municipales, donde se juegan buena parte del futuro a medio plazo. Ambas formaciones gobiernan hoy las siete grandes ciudades gallegas, más otros enclaves importantes, como Vilagarcía y Monforte o Carballiño y O Barco en Ourense. La medida del éxito pasa por mantener esas plazas. De ahí hacia abajo será considerado como un empeoramiento de resultados y lo que es peor, pérdida de cuotas de poder institucional.



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