CONTRA EL LIBERALISMO

Después de la caída del muro de Berlín (1989) se ha impuesto en todo el mundo una globalización de la economía y tecnología que se sustrae cada vez más al control de la política democrática y carece en su fundamentación de una ética global. La economía no debe dominarlo todo. Se impone una crítica ético-económica del espíritu económico vigente, del intento de disolver la racionalidad de la cooperación y de la solidaridad. La globalización económica requiere un acompañamiento político que se ocupe de subordinar los logros económicos a objetivos humanos.
La idea que tiene el hombre postmoderno de un individualismo radical es el fundamento del ultraliberalismo: la sociedad humana se contempla totalmente desde un individuo-átomo que se caracteriza por una falsa libertad. Pero contra esa fundamentación estrictamente individualista de toda actuación social confirma la visión clásica del hombre y la mujer como seres fundamentalmente sociales.

La democracia ha de entenderse éticamente como un contrato social justo, que se funda sobre bases éticas, radicado en un consenso básico sobre derechos y deberes humanos universales, en el que todos los hombres y mujeres con independencia de su origen y de sus creencias, son reconocidos fundamentalmente como personas y como sujetos de derechos y deberes. Partiendo de esta base, una política racional no procurará unilateralmente la mayor libertad posible para cada individuo, sino también la justicia en las relaciones sociales.

El mercado no debe determinarlo todo. Una ética domesticada y desvirtuada por la usura de los grandes poderes conformados como instituciones sociales es la causante de la mayoría de los desórdenes sociales. El principio del liberalismo económico debe encontrar otra fundamentación en la solidaridad y la cooperación con las víctimas inocentes de tantos desafueros. Proclamas de regulación de los mercados y de las agencias de calificación han de sufrir una reforma radical en la práctica; los ciudadanos lo han de sentir en sus economías particulares. Aquellos partidos que se proponen como líderes de la libertad estarían en el buen camino si aliasen la libertad a la justicia, a la cooperación y a la solidaridad, de todos con todos. Manzanas podridas cosecharemos si cultivamos sólo el árbol de la libertad. No todos tenemos la misma capacidad para ser libres.

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