sembradores de odios

Con mis catorce lustros a cuestas apenas nada me sorprende. Los que venimos de la generación de la postguerra hemos visto de todo: miseria, falta de libertades y también de falsas opulencias. En unos momentos en los que nos hayamos inmersos en la incertidumbre política,  económica y social, este país está repleto de patrioteros y de atizadores de rancio y casposo sentimiento anticatalanista. Separatistas contra separadores, este sería el título del cuadro que están dibujando.
Observando la manipulación informativa que se ejerce desde determinados medios informativos públicos y privados, que no se privan de sacar el ignominioso espectáculo de las corridas de toros en horario infantil, así como los combates de boxeo, sin olvidar la fobia que desde Cataluña concitan ciertos programas de debate político e, incluso, futboleros -henchidos de demagogia y de calculada parcialidad-, llego a la conclusión de que cada día hay más sembradores de odios. Además de alimentar la crispación, ¿en qué leches se basan para despreciar los deseos de cientos de miles de ciudadanos que han vuelto a salir a la calle para decir que están hartos de tanto desprecio?

El tiempo está demostrando que vivimos en un país todavía en construcción, que no ha sido capaz, entre otras muchas carencias de mayor relieve, de poner letra a su himno. España es el único país del mundo con iletrado epinicio patrio. No es la primera vez que lo cito, que pudiera parecer banal, pero que ayuda a entender una parte de nuestra historia reciente. Lo mismo sucede con lo de las banderas: cuando se trata de ensalzar las glorias futbolísticas de la roja, las calles se inundan de banderas constitucionales, mientras que son las enseñas tricolores republicanas las que esgrime el rojerío en sus manifestaciones. Himno y bandera, los dos símbolos de un país todavía por definir y con demasiados políticos inútiles.

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