REPORTAJE

Jubilados que no frenan un minuto

Carmen López en la clase del Módulo de Mayores de la Universidad (JOSÉ PAZ)
photo_camera Carmen López en la clase del Módulo de Mayores de la Universidad

Cada vez son más los jubilados que no pasan el día sentados en un sillón, al calor de una mesa de bar, del hogar del pensionista o viajando simplemente con el Imserso.

Edificio Facultades, 3ª planta, ocho de la tarde. Carmen sale de clase; a sus 70 años se ha reencontrado con la universidad. Junto a ella, dos alumnas que también dejaron la juventud hace un tiempo. La universidad para ella no es nueva, ha cursado otras carreras y su vida ha estado siempre entre libros, pero cuando se jubiló y los hijos se hicieron mayores, la necesidad de salir y hacer otras cosas se convirtió en un reto. Hoy comparte su tiempo en asistir a enfermos oncológicos, ayudar a la Asociación Contra el Cáncer, en dar clases de gimnasia, con la Asociación de Vecinos de O Polvorín, de la que fue presidenta; acude varios días por semana al Aula de Mayores del Concello, donde recibe clases de recuperación de memoria y manualidades. Y piensa seguir así mientras el cuerpo y la mente aguante.

Vivir más allá
Victoria, Áurea, Higinio, Lolita, personas que centran este reportaje, tiene el nexo común de que todos se han recuperado anímica y físicamente del vacío que te queda cuando superas los 65 años y las cuatro paredes de tu hogar se convierten en esa cárcel “no deseada” en la que muchas personas quedan inconscientemente atrapadas; no es su caso, ellas son el ejemplo, de que la actividad, el relacionarse con otros grupos, al margen de saludable, es necesario.
Lejos de ser un problema, como tantas veces se insiste, el envejecimiento poblacional, tiene que ser un reto para las personas que superan la barrera de los 65 años, y para empresas y profesionales, dadas las potencialidades de negocio que el colectivo representa. Las estadísticas están ahí y los datos son inapelables, somos un país muy envejecido y lo seremos más. En el año 2050, el 37% de los españoles tendrán más de 65 años, hoy es del 17,2%; de los 2,4 millones de personas mayores de 80 años que hay hoy, se pasará a 6,3 millones en esa fecha. En una década, según el Instituto Nacional de Estadística, la esperanza de vida de las mujeres españolas, hoy de 85 años, llegará a los 87; la de los hombres, pasará de 79,3 hasta los 81,8. Por otro lado, cada vez son más las personas que viven solas, si a principios de los 90 las personas mayores de 80 años que así vivían eran del 17% hoy superan el 25%, y será un paulatino crescendo.
Las cifras son una prueba para el sistema, también una oportunidad para buscar otras vías.

“El yoga estimula y te da agilidad”

Áurea estuvo mala, “muy malita”, así lo cuenta, “cuando cumplí 65 años lo celebré por todo lo alto”. Un día le diagnosticaron enfermedad de tiroides. Tras múltiples pruebas le dijo a su marido, “Tú no eres médico y yo tampoco. Qué te parece si a lo mejor el médico se equivocó, que en vez de hablar de una pequeña metástasis hubiera dicho que estoy guapísima”. Ahí quedó la cosa.
Áurea Vázquez, practica yoga y gimnasia, además de tocar el laud en la rondalla Alecrín -no me perdonaría si no lo cuento-. Y lo más importante, si te cruzas con ella por la calle te levanta la mañana a poco que lo intentes, y ese es el mejor de los ejercicios.
Está felizmente casada y tiene una hija. “Trabajé hasta los 21 años -1962-, despúes lo dejé, porque mi marido no quería que trabajase -eran otros tiempos-, si llega a ser hoy no lo dejaría ni loca”, comenta. Habla maravillas de su marido, “mejor persona y más elegante que yo; y eso no lo puede decir mucha gente”.
Viéndola sonreir y compartir ilusión uno percibe su receta de la felicidad, meros apuntes de autoayuda, pero hay que ser capaces de ponerlos en práctica, “La felicidad consiste en adaptarse a lo que hay y no mirar nunca al vecino, tampoco hay que exigirle demasiado a los demás, porque antes te lo tienes que exigir a ti, y no quiero”. Se ríe.
Su ilusión por aprender cosas no es de ahora, así ha sido siempre. Tiene una recomendación para quienes se jubilan, “mucha gente no sabe que mientras están en activo son alguien y al pasar a pasivo no te conoce nadie”. Su recomendación es no se encierren, que salgan, que se comuniquen, “es posible que puedan encontrarse conmigo, y que después de soltar alguna gansada”se rían a carcajadas”. Seguro que sí.

“No miro la tele, no tengo tiempo de verla"

Llega armada de papeles como quien trata de aferrarse a algo sólido, “estoy nerviosa, nunca antes me habían hecho una entrevista”. De un plumazo relata su última experiencia, una ruta con el grupo de senderismo del Liceo, del que es socia; una pincelada en medio de una hiperactividad que no cesa.
Cada mañana a las nueve toca una hora de caminata, es lo que le lleva el circuito por las riberas del Miño, en compañía de amigas, “de vez en cuando alguna falla, procuro no ser yo”. Los lunes, además, clase de Historia del Arte; miércoles, francés; viernes obradoiro de memoria; todo ello en las Aulas del Concello. No hay conferencia ni concierto, en especial los de la Coral del Liceo, que se le escape. Ayuda en Cáritas y en la parroquia, la de Salesianos. Lolita del Río tiene 81 años, y es tan menuda como nerviosa. “No veo la tele, no tengo tiempo para verla; nunca sé de qué me hablan cuando se refieren a algún programa”, dice, como tratando de justificarse. Se considera una persona abierta a quien le gusta relacionarse con los demás. Está soltera, “casamiento y mortaja del cielo baja”, comenta, en una expresión que deja entrever que alguna ocasión hubo, pero no cuajó y basta. Compaginar tanta actividad ayuda a llevar una vida en solitario. En mayo irá a Londres, con el Aula, y después a Polonia, con un grupo de la parroquia de Fátima.  
De su infancia en Ramirás, donde nació, guarda buenos recuerdos, sobre todo cuando coqueteaban entonces, entre chicos y chicas. Ejerció de maestra -se jubiló en el Curros Enríquez- toda su vida, aún así no deja de aprender. En ello anda.

“O importante é saír, camiñar, estar en contacto coa xente”

Victoria Alonso, tiene 85 años y hasta hace “dos días” conducía su propio coche, “un Corsa de vinte anos que llo deixei ao neto que esnaquizara o seu”. Victoria va dura de oído, el resto como un reloj. Vive en Vistahermosa, y hasta hace nada, seguía en su oficio de tejedora, “agora xa non, que teño moitos anos”, dice, como disculpándose.
Victoria nació en Vigo, a los seis años, cuando estalla la guerra, murió su madre, “ morreu cando máis a necesitábamos”. Se acostumbró a ser fuerte y a vivir de manera independiente, a pesar de que su padre, se volviera a casar y tuvo que convivir con una madrastra con la que no hacía migas. En Ourense, donde recaló su progenitor -empleado de Unión Cristalera- aprendió el oficio de tejedora, después unos años en Bande, donde conoció a su marido -ajente judicial-, y vivió con él sendos traslados, Celanova y Ourense. A Victoria, las Aulas de la Tercera Edad, le aportaron vida, en ellas soportó, primero, allá por 1995, el vacío que le dejaron la marcha de los cuatro hijos, a medida en que se fueron independizando; más tarde, al fallecer el marido -nueve años mayor-, resitió la ausencia.
Lo cuenta todo como un relato, con una dicción que enamora y una memoria milagrosa, con algún lapsus, y quién no. La asistencia a las clases -viene caminando cada día desde Vistahermosa, donde vive, hasta Progreso- le ocupa su agenda, además de asistir colabora en todo lo que puede, clases de Historia, gimnasia, manualidades, talleres de memoria, tan sólo un día lo tiene de libre disposición.
Hasta hace nada, vivía con un nieto, “que me facía moita compañía” hasta que éste, aunque va a comer y la llama cada poco, buscó la excusa para su propia independencia. A la gente mayor un consejo, “que salgan de casa, que non se queden vendo a tele, que se están perxudicando”.

“De no ser optimista, me hubiera hundido”

Higinio López, de 69 años, lo tenía todo, una familia, un negocio próspero como rotulista, Rótulos López, trabajaba para los mejores clientes, “yo tenía mucho más trabajo del que podía atender”. En 2007, con 62 años un ictus lo dejó en coma durante 4 meses, es más, dice que fue desahuciado por la sanidad pública, “mi hija me llevó a Coruña, a una clínica privada, donde me fui recuperando. Yo era un vegetal, me llevaban en silla de ruedas, atado, me aseaban, me daban de comer, vamos como un bebé”. Con sumo esfuerzo se fue recuperando, tuvo que reaprender a hablar, a andar; con asistencia de psicoterapeutas y natación diaria, evolucionó de tal manera que llegó hasta arrancarse en los bailes de salón, “siempre había sido un gran bailarín”. Hasta que nuevamente la mala fortuna se cruzó con él en el camino, un coche indebidamente dirigido en un paso de cebra arrasó con él cuando a punto estaba de cruzarlo, rompiéndole la tibia, el peroné y ligamentos. “Yo es que soy muy optimista, si no aquello me hubiera hundido del todo”. El mazazo, es evidente, fue terrible. Medio año paralizado de cintura para abajo y vuelta a empezar.
Hoy camina, despacio y con cojera evidente, pero con la independencia necesaria para valerse por sí mismo y sentirse medianamente satisfecho. 4 horas diarias de natación, otras tantas para la pintura, su verdadera pasión y refugio, y talleres de memoria y pintura en el Aula de Mayores, a la que lleva asistiendo 3 años.
“Si te estás sentado en el sofá, en vez de irte para arriba, vas hacia abajo”, lo afirma con convicción. En su mente, ahora, está recuperar su carnet de conducir, no para viajar, “es más barato ir en autobús”, sino al menos para ir hasta la aldea, en Larouco. Higinio afirma que está en condiciones para ello. El mayor reto para este hombre, sin lugar a dudas es paladear la vida. 

“Siempre he leído mucho, pero soy muy despistada

Carmen López tiene 70 años, tres hijos y media vida metida en un aula, y no sólo de profesora, que también -al igual que su marido-, “fui de las primeras promociones en la Escuela Normal”, sino como una eterna alumna a la que le gusta sentirse bajo el paragüas protector de un profesor, quizás por lo que ella llama una “inseguridad”, o la certeza de que cuando está en un aula la responsabilidad es de otro. Magisterio, Informática de FP, Trabajo Social, un módulo de Comercio Exterior, comenzó Empresariales y lo dejó porque en un momento puntual coincidiría con su hija en la misma clase y no quería, con su nuera compartiría aula en Trabajo Social, pero eso fue hace diez años.
 Como profesora tampoco tuvo un periplo convencional, estuvo cinco años desplazada junto con su marido, primero en Arabia Saudí y Ecuador, dentro de una campaña de Educación -años 82-87- para reagrupar familias españolas que estaban trabajando en el exterior.
 En Arabia Saudí le pilló el conflicto entre Irán e Iraq. Tras esa experiencia, en Ourense, regresó a la enseñanza en el el Centro de Adultos, donde impartió clases durante 15 años, hasta la jubilación, clases en las que reconoce que, por su nivel de exigencia, le costaba lo suyo preparar. A Carmen, con la jubilación, el mundo se le vino un poco abajo. Ayudó el hecho de que los hijos se hicieran mayores y volaran por sí sólos. Primero, se enganchó con las Aulas de la Tercera Edad, donde da manualidades y taller de memoria. Gimnasia, en la asociación de vecinos O Polvorín, que llegó a presidir. Los lunes, asiste en el Hospital a enfermos en tratamiento oncológico “O Carriño Amable”, también colabora con la Asociación contra el Cáncer. Ahora ha vuelto a la Universidad, a las aulas para mayores de 65, donde está en su salsa. Dice no ser optimista, eso sí, vitalidad no le falta.

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