Los Blanco, cuero hecho arte

Ramón Blanco Márquez mantiene viva la sabiduría artesanal de esta familia que ha marcado el arte de la elaboración de artículos de cuero en Maceda desde hace varias generaciones, en la Albardería de Maceda, que sigue abierta en la plaza.

"Hay recuerdos y vivencias que con el pasar de los años, en lugar de borrarse, se graban con mayor profundidad en nuestra memoria y en nuestro ánimo”, comenta Jesus Blanco Lage, toda una vida dedicada al trabajo del cuero, con su padre, Ramón Blanco, y abuelo, de mismo nombre y apellido y alma fundadora de la Albardería de Maceda, ubicada en la plaza, donde aún se conserva el local y el taller.

En su interior se puede encontrar un sinfín de utensilios cotidianos en el día a día de las labores agrarias y ganaderas, como burras y mazas para acomodar y montar las albardas; marcos y bastidores para tejer las jáquimas, cinchas y gruperas; tucas de cocobolo para planchar el cuero; carretillas y ruecas para hilar; lesnas para perforar; troqueles para marcar; cera de abeja para pegar; cebo para suavizar; todo un museo de utensilios que la mayoría ya no utiliza. Las creaciones del abuelo abastecían con calidad óptima las necesidades de los campesinos de la zona.

Fueron el resultado de la trasformación del cuero, la crin del caballo y la madera de las maletas de las manos de don Ramón Blanco lo que le dieron la fama. El padre del ahora gerente de esta albardería, Jesús Blanco, sigue acercándose todos los días un rato, a sus 91 años, al taller para ver cómo trabaja su hijo o, simplemente, sentarse y vivir aquellos recuerdos de cuando trabajaba.

“Ahora estas albardas y estas  maletas no se venden”, recuerda.  El taller era su casa y, al mismo tiempo, una sala de exhibición de útiles de otros tiempos. Permanecía tal cual lo dejó su abuelo y padre, y en él se refleja la personalidad del maestro, el bisabuelo, “quien era todo un señor, respetuoso, íntegro, todos lo trataban como un gran maestro de las maletas de madera, albardas y otros enseres. Mi padre aprendió de su padre y de mi bisabuelo a  montar albardas y a mí me enseñaron mi padre y mi abuelo”, recuerda Jesús Blanco. “Para mí fue una escuela donde tejía en cuchilla como aprendiz jáquimas, pecheras y gruperas, pero mi verdadera vocación y carisma era el trabajo manual”, apunta. Lo sigue siendo, “yo nunca hice estas maletas, pero sí alguna albarda”, comenta.

El taller no es ajeno al recuerdo del amigable vecindario de Maceda “con el que me tocó vivir, y con los que también se tejían un sinfín de relaciones económicas y sociales, comunes y diversas”, comenta el padre de Ramón Blanco, mientras observa como ultima una pieza.

La manufactura elaborada en su taller pasaba de lo útil a lo bello. Un folletito editado en algún aniversario señalaba que, “junto a su casa tuvo su taller donde dio aplicación a su capacidad, muy bien llamada por don Ramón Blanco de artista industrial. La crin, el cuero y el pabilo salían de sus manos convertidos ya en útiles y aperos de trabajo para nuestros campesinos, ya en lujosos artículos de  campo y maletas de calle que los emigrantes salían a lucir en los días que marchaban”. 

La huella artística y artesanal de tres generaciones se reparte por el taller de Ramon Blanco. Sus manos le han dado color a los bueyes con sus “yuntas”, aperos de cuero curtido y crin también cuelgan  en la pared carcomida. Son sólo algunos de los ejemplos de ese cuidado trabajo del cuero que durante décadas se ha venido desarrollando en la albardería de Maceda, ahora convertida en improvisado museo.

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