ME ACERCÓ AL ALTAR

n n nPermítanme que les diga lo que siento. Hay emociones que se sensibilizan con un nudo que oprime la garganta y que hace temblar la voz. Este es mi caso de hoy. Nunca pagaré la ayuda y el ejemplo que el clero ourensano me ha prestado, todos sin excepción, pero hay algunos a los que uno le debe un especial reconocimiento, cariño, afecto y amor. Este es el caso de hoy.
Emilio Crespo (Dozón, 1933, y sacerdote desde 1957) marcó para siempre mi vida. De muy niño, siendo él coadjutor de mi parroquia de A Ponte, orientó mi vida espiritual y me enseñó a ayudar a misa cuando aquello era difícil, con respuestas largas en latín. Con paciencia me enseñó, con esmero me educó y con gran celo espiritual me acercó al altar. Puso la base de mi vocación sacerdotal y eso es impagable. ¡Gracias, muchas gracias, Emilio, por tu ayuda que me ha conducido a lo más grande de mi vida que es el sacerdocio! Él me preparó y así pude ser después monaguillo en Salesianos y, más tarde, el hoy párroco de Carballiño, José Benito Sieiro, me llevó al Seminario.

Emilio era una persona de paz, cercano, de consejo, nada conflictivo, cariñoso y un gran sacerdote, como pueden certificar las parroquias en las que ha ejercido su ministerio. En A Ponte y Valongo nunca le olvidarán, y sustituir al gran D. Manuel Bermello en Reádegos era misión difícil, que supo llevar a cabo. Tengo de él incontables anécdotas. Le ayudaba a misa en A Ponte y, encima del altar, un pájaro había construido un nido que justo en la mitad de la Eucaristía se vino encima de Emilio. Mi susto fue tremendo. Se volvió y me calmó diciendome: 'No te preocupes, vamos para otro altar'. Así fue. Y el pasado verano, ya muy deteriorado, asistió a mi misa en la Catedral. Mi emoción fue grande cuando bajé a darle la paz y a darle la comunión en su lugar. Nunca olvidaré aquel apretón de manos que me dio y su mirada, que acaso revelaba que me reconoció.

Muy mal haría si omitiese unas palabras para sus incomparables hermanas, que con un mimo increíble y amor inmenso le cuidaron siempre, pero sobre todo en su ya larga enfermedad. ¡Manolo, qué grandes hermanas tenéis! Que Dios te las conserve. Falta en un homenaje merecidísimo a las hermanas, madres y cuidadoras de tantos curas?

Descansa en paz, Emilio. Puedes sin duda alguna decir con San Pablo que has consumado el curso conservando un sacerdocio y una fe inquebrantables. Y eso en esta hora cuenta y mucho.

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