animalistas

Hoy no vamos a hablar de Volante, el toro alanceado hasta la muerte en Tordesillas, sino de cuáles son los efectos que esto tiene sobre las personas.
La niñez, desde el punto de vista legal, se extiende hasta los 18 años. En el plano psicoafectivo dura hasta que no se alcanza la madurez, y, en el físico, hasta la pubertad. Estas declaraciones fueron realizadas por un chaval de 13 años con motivo de la celebración del Toro de la Vega en Tordesillas: 'No. No nos da pena el animal. Yo no soy el toro. ¿A mí qué más me da que sufra? Y los que tiran cabras o corderos desde el campanario igual. Yo no soy ni la cabra ni el cordero. Me da igual'. Otro niño de 8 años expresa las ganas que tiene de matar al toro: 'No lo sé, es la tradición'. Hagamos un alto y reflexionemos. Creo que, llegados a este punto, sobraría seguir escribiendo. Así sería en una sociedad sana, pero en la nuestra tienen vigencia moral y legal aberraciones que elevan la perversión a la categoría de cultura y marca de identidad.

La carencia de empatía es uno de los rasgos de ciertas psicopatías. En el caso de ir acompañada de agresividad, llega a cosificar la víctima, animal o humana, ignorando su miedo o dolor. No hace falta tener psiquiatría para entender el vínculo entre los estímulos que ese niño recibe y las consecuencias que acarrea la formación que está recibiendo. Todo ello, contando con la complicidad de sus amigos y el beneplácito de padres, vecinos y responsables políticos. No, no es necesario hablar del toro Volante. Basta con hacerlo de un chico de 13 años de Tordesillas para saber que la violencia es una conducta que, si se adquiere y se asume como natural, marcará de forma indeleble el código ético de esa persona. Sí, persona, no animal.

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