Bandera blanca

Tras 21 días de guerra parece que tenemos fumata blanca. El agua ayer insalubre hoy hervida a fuego lento parece haberse potabilizado.

Ucrania bajo sus escombros negocia un alto el fuego que suena a resignación y farol.

Los bolígrafos se convierten en puntas de flecha con quince puntos de un preacuerdo que a los ciudadanos de a pie suenan a “cuento Chino”. Ahondando en el meollo del futurible acuerdo se deduce que Ucrania renuncia al sueño Europeo y a una chaleco antibalas llamado OTAN a cambio de no ser borrada del mapa como país.

Basta mirar las imágenes que llegan desde el lugar del conflicto para evidenciar que la muerte llega del cielo y que contra la fuerza aérea de un país con 4.000 aeronaves de poco sirven buenas intenciones. 

Objetivo asomar el brazo de entre las trincheras blandiendo un fusil con bandera blanca que frene el sinsentido de un conflicto que terminara con miles de muertos, una nación en ruinas y políticamente como comenzó; sin sueños de grandeza en ambos bandos.

La bandera blanca se agita desde las trincheras numantinas de Ucrania por su espartano ejército que mira el cielo por si llueven bombas o llegan milagros.

La bandera blanca implica apearse del autobús destino occidente y posicionarse en una tierra de nadie con el “coco” acechando.

El deseo ucraniano de libertad de expresión se esfuma tras un color blanco que Europa ansia para equilibrar unas cuentas inasumibles para el objetivo de recuperación tras la maldita pandemia.

Hoy más que nunca todos somos Ucrania luciendo en nuestros corazones un deseo de cordura unilateral de alto el fuego.

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