un carnaval vacío y poco reivindicativo

Se han ido, se han difuminado los días de carnaval.
Las horas, los momentos, las risas. Los hemos disfrutado, saboreado, gozado, y ahora, de golpe, de nuevo de forma reiterada ya, la realidad diaria, la dura e irresoluble cotidianidad. Si nos paramos un momento, dejamos la mente en blanco, huimos de la alegría desbordante, observamos objetivamente lo que hemos hecho, lo que nos hemos callado, lo que podíamos haber exigido, denunciado, aireado, manifestado, publicado, etcétera. Nos damos cuenta que al final, en las fechas de Carnaval, que recordemos tiene su origen en la transgresión, en la única vía posible que en determinadas épocas -por desgracia muy reciente en nuestra memoria histórica- tenían de reivindicar lo que se encontraba prohibido, denunciar lo injusto, de mostrar a la luz los deseos más escondidos y oprimidos de varias generaciones, de una libertad que se impedía y prohibía, la única forma de convertir en farsa, valores obsoletos y arcaicos impuestos por los de arriba, y así podíamos seguir y seguir.

Estos carnavales, en los cuales podíamos haber reivindicado tantas y tantas cosas, en los que más que nunca se necesitaba una explosión de todos aquellos problemas que nos ahogan día a día, y que por los de siempre, por los de arriba, por los que de forma ficticia simulan gobernarnos, nos entierran con losas imposible incluso de levantar por generaciones futuras. Era el momento de mostrar nuestra fuerza, nuestra ilusión, nuestra inteligencia para empezar a demostrar a los de siempre, antes llamados poderosos; hoy mercados, antes dinero; ahora bolsa y prima de riesgo, antes capitalismo; hoy macroeconomía, antes crisis económicas; hoy ciclos económicos, antes usura; hoy deuda, déficit, etcétera.

Repasando estas sencillas reflexiones, llegamos a la conclusión de que los carnavales han sido vacíos, sólo ocupados por cambios de imagen, por transformaciones vacías, sin transmitir, trasladar, absolutamente nada más, sin reivindicar nada de lo mucho que se podía, sin demostrar a los poderes establecidos que a la calle ha llegado una indignación ya inasumible, una situación que no admite más disfraces. Nada de esto hemos hecho. Lejos quedan estas fechas de reivindicación, de protesta, de sagacidad, de inteligencia, de crítica, de vía de escape para esa censura establecida.

Nos quedan únicamente esas horas, esos momentos, esas risas, esos vacíos de la dura y cruda realidad pero, única y exclusivamente, un vacío pasajero. Mientras nuestra indignación se ha quedado en estas fechas en nuestro interior y nuestras protestas ahogadas en nuestro fracaso, los de arriba, los que simulan gobernarnos, siguen con su amplia y perenne sonrisa a pesar de que el carnaval ya ha finalizado.

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