CARTA ABIERTA AL PÁRROCO DE SAN MAURO, O BARCO

Estimado sacerdote: Recientemente llegó a todo el pueblo de O Barco la triste noticia de la muerte de uno de sus vecinos más ilustres y conocidos, mi tío Julio Gurriarán Canalejas. Como muchos de mis familiares, me acerqué hasta el tanatorio y estuve en el funeral y el entierro. Me dirijo a usted porque entiendo que fue el principal oficiante en ambas ceremonias. Si estoy equivocado y no fue usted esa persona, espero que le haga llegar mi opinión. En cualquier caso, espero que entienda esta carta como una crítica constructiva sobre comportamientos que, siempre en mi opinión subjetiva e imperfecta, se deben mejorar.
No deja de causarme sorpresa que en su sermón no se hiciese ni una sola mención a la extensa vida de Julio Gurriarán. Tal vez sea por desconocimiento, pero si usted sale a la calle y le pregunta a cualquiera de los vecinos podrán relatarle muchas y muy variadas historias, y muy probablemente la mayoría conozca bastante bien su biografía. Naturalmente usted puede tener un criterio diferente, incluso puede que sea la propia Iglesia la que lo fije, según el cual nunca se recuerda la vida de un difunto en su funeral. Quiero creer que habría actuado exactamente igual si se hubiera tratado de un obispo, después de todo, la muerte es la misma para cualquier persona. No obstante, mi sorpresa fue mayor en el cementerio. Hasta ahora, podemos hablar de diferencias 'técnicas' o directrices eclesiásticas.

Pero me cuesta mucho creer que la Iglesia recomiende en su normativa que, finalizado el responso, el sacerdote se aleje sin mediar ni una palabra. Porque cuando se pierde a un ser tan querido como un marido o un padre (y tristemente lo sé por experiencia), cualquier consuelo que se reciba, aunque sólo sea un leve apretón de manos, es de agradecer. No era necesario recordar sus 35 años al frente de la Alcaldía, su vicepresidencia de la Diputación de Ourense, sus años como senador o los que fue procurador en Cortes. Hubiese bastado con una simple frase: Julio Gurriarán fue todo lo que se puede ser para O Barco. Y O Barco lo fue todo para él. Dedicó su vida y sacrificó su profesión por la localidad y en ella nació, vivió y vio crecer a sus ocho hijos.

Pocas veces habrá barquenses tan comprometidos con su pueblo y tan enamorados de él frente al altar de San Mauro, a los pies del Nazareno. Descanse en paz.

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