CIERTO OLOR A PODRIDO

El enigma del caso que afecta a la infanta Cristina no requiere seguramente de grandes explicaciones por parte del señor Montoro que terminarán por enredar más todavía un culebrón que empezó salpicando de lleno a su marido el señor Urdangarin, y sigue extendiendo sus tentáculos en la consorte. Pero claro, hay que seguir entreteniendo al personal.
La corrupción no entiende de castas y cuando se produce afecta por igual a la especie, se trate de la infanta Cristina, de la banca, el clero, etcétera. En una sociedad en la que la brecha social, entendida como abismo entre el bienestar y el malestar, es tan profunda, tampoco resulta de recibo ocultarla en la vieja cantinela de la presunción de inocencia. La imputación debe poner al sospechoso en el lugar que le corresponde ante una gangrena que supera ampliamente el millar de casos. Los chorizos de primera siguen bien protegidos, lo mismo que el dinero detraído.

Mientras esto sucede la pobreza extrema aumenta, cuando no la vida de gentes en la calle. No hay más que ver la enorme cantidad de ciudadanos que atiende Cáritas para darse cuenta de la dimensión de los hechos. Si lo primero (la corrupción) nos llena de estupor ante el pequeño número de casos que se condenan, lo segundo es la clara expresión de una vergüenza nacional. Esa es la lectura de los hechos.

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