Cuanto peor, mejor

Decía el malogrado Solé Tura que no era el camino para construir una sociedad democrática tolerante, progresista respetuosa con las personas, abundar en el desprecio sistemático del contrario. Las recientes informaciones sobre la desafección de los ciudadanos para con la política y los políticos pueden tener muchas causas, una no de menor importancia es la imagen que los políticos dan a través de sus críticas globales.
Las políticas concretas nacen de la adhesión de las voluntades a ilusiones y programas. Los instrumentos son diversos. Se cree que la denostación de los “otros”, su presentación como enemigo, puede parecer un camino más fácil. Es un espejismo. El cainismo es una visión “prepolítica” de la política. No se trata de un juego en el que todo vale, sino una investigación en la que sólo es útil aquello que nos lleva al conocimiento más profundo y participado de la realidad social y a la difusión de la riqueza espiritual y económica. No queremos idealizar nada, ya que nada garantiza a la política contra los desvíos degenerativos. Las medidas que pueden imaginarse para revitalizar la convivencia democrática deberán servir también como antídoto contra la eventualidad de ver a los otros como enemigos.
La utopías exponen ideales. La utopía cuenta con muchas buenas razones a su favor; muchas cosas imposibles dejan de serlo con el tiempo; la aspiración hacia lo óptimo suele dejarnos en el camino hacia algo mejor que se malograría si solo deseáramos lo posible
La utopía pone en discusión el concepto mismo de realidad, las posibilidades que encierra y las alternativas que permite. La utopía ayuda a dramatizar la imperfección del tiempo; cada presente tiene un futuro al que iluminar. El convencimiento de que es posible organizar la sociedad de otra manera forma parte de las condiciones democráticas. Podría decirse que la transformación más radical del pensamiento político tal vez consiste en que hemos pasado de la asunción de la necesidad de la guerra para cambiar las cosas, a la convicción de las opiniones de los otros como parte fundamental para construir la realidad. Ello nos debe conducir a mirar a los otros como parte integrante necesaria de la dialéctica social. Los otros no son los “peores”, sino los que desde la discrepancia nos ayudarán a realizar la utopía. Ni todos ángeles ni todos demonios.

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