EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA

La sociedad española viene caracterizada por su complejidad. Aparece como un mosaico de nacionalidades y de pueblos. El reconocimiento del pluralismo político y lingüistico es el fundamento de la Constitución. El Estado no es expresión de una clase, ni de un pueblo en particular, sino la manifestación de la relación de las clases y de los pueblos; aun en los momentos de mayor homogeneidad, existe en realidad en la base una pluralidad imborrable. Pero no han faltado profetas y caudillos que han querido dominar a algún pueblo vecino y establecer vínculos de sumisión y vasallaje.
La educación en valores de solidaridad y de respeto a las personas y a los pueblos, a sus creencias, a su lengua, a su ideología, es el antídoto más eficaz contra la violencia y la discriminación, y una apuesta por el progreso y la estabilidad. La democracia tiene una base fundamental en la educación en que participamos, sin embargo para que la educación dé sus frutos ha de dosificar la coacción y la persuasión.

Las mentalidades totalitarias luchan por la afirmación de sus creencias y no valoran otras convicciones que no sean las suyas. Son adalides presuntuosos de la conversión de los otros, sin que piensen en sus propias deficiencias y flaquezas. Una acción educadora es democrática en la medida en que es capaz de regular la convivencia entre lo diverso y, con frecuencia, lo contrario. Alimentar la dominación, la diferencia, el antagonismo entre los pueblos es un camino equivocado.

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