GLORIA FULGUERAL DE MOURELO

n n nAsí es como, sin que lo impusiera el Código Civil, las mujeres adoptaban como segundo apellido el primero de su marido. No era señal de sometimiento y sí mucho de una comunión de vidas que se traducía en ensamblaje de apellidos. Porque el matrimonio significaba una unión permanente, sólida, para lo bueno y lo malo, para toda la vida. Y así, todos sus vecinos, recordamos, siempre juntos, a Julio y Gloria; en todo caso con su hijo, salvo el tiempo que ocupó a éste el servicio militar obligatorio.
Al no poder hablar del uno sin el otro, como un tándem indisoluble, quienes tuvimos la suerte de ser considerados sus amigos, nos viene a la mente esa etapa de niños en el casco viejo, un poco perdidos entre las calles Oscura y Real, también en la Plaza, madrugando sin necesidad, para, como primer objetivo de cada jornada, buscar a Julio Mourelo y a Gloria, en el Porto da Barca, con su churrería móvil, para ver si 'caía' uno de esos churros que quedaban algo más tostados, o pegados, o algo más pequeños, que solía repartir entre los niños que a él nos acercábamos. Y

recuerdo que, si no había churros defectuosos, nunca nos íbamos sin un churro de los buenos, con la misma frase de siempre: 'Toma, bonito, para que entres en calor'.

Si alguien gozaba con su trabajo, eran Julio y Gloria, porque nunca se separó de ellos una sonrisa bonachona que nos contagió de por vida. En uno y en el otro encontramos el halo de la bondad que les adornó hasta el ataúd.

Cuánto gocé cuando tuve el honor de hacer una semblanza de su vida, en el homenaje que, junto con Enrique 'el Juez' y Antonio Lago, les brindó el Concello en la Festa do Botelo. Tres buenas personas, tres formidables vecinos, tres grandes amigos, que agradecieron mis pobres palabras con la sonrisa en los labios y en los ojos. Tú, Gloria, también agradeciste el homenaje. Pero era el pueblo el que tenía y estaba agradecido por tener entre sus vecinos a los tres homenajeados. Ahora, Gloria, por esa amistad que nos unía y por aquellos churros que sabían a gloria, te mando un beso desde el casco antiguo de O Barco, en donde ya quedamos pocos. Gracias por ser como eras. Que nos sirva a todos de ejemplo.

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